María Clara Ospina
“Expropiaron mi reputación”, esta dolorosa frase del expresidente Álvaro Uribe, pronunciada luego del fallo de una juez que negó la solicitud de preclusión de la investigación en su contra, no puede ser más cierta: a Álvaro Uribe, sin duda, le ¡expropiaron su reputación!
Jamás, el país había presenciado un esfuerzo tan categórico y miserable por destruir la reputación de una persona, como ha sucedido en los últimos 12 años, contra la honra de Uribe Vélez.
Bien sabían sus poderosos enemigos, concretamente los narcoterroristas de las FARC, el ELN y otros grupos criminales, que si no acababan con él, él los acabaría. Con tal efecto obtuvieron el apoyo de los comunistas criollos, los medios y organizaciones nacionales e internacionales izquierdistas y, como una jauría, apuntaron los cañones contra el enemigo más serio que tenían.
Luego de seis décadas de crímenes, en pocos años Uribe había logrado detenerlos, por lo tanto, había que destruirlo. Entonces comenzó la destrucción sistemática de su buen nombre. Se crearon horrendos apelativos basados en mentiras contra él; se le endilgaron crímenes atroces que jamás cometió; inclusive, en muchas escuelas públicas se enseñaron canciones denigrándolo, que los niños repetían sin entender. Pregunto: ¿sería esto apalancado por Fecode?
Bien saben los comunistas, que para tomarse un país hay que apoderarse de sus instituciones democráticas, comenzando por los juzgados y las universidades, algo que lograron eficaz y astutamente, desde hace décadas, en Colombia.
A Uribe lo han tratado como a un criminal, peor que a cualquiera de los narcotraficantes hoy senadores de la República. Los fallos en su contra son tan absurdos que nos dejan atónitos. Nunca han podido comprobar las acusaciones de compra de testigos que hay contra él, sin embargo pretenden mantener el caso abierto aún después de años.
Y, ni qué decir del trabajo de destrucción de su honra montado por académicos izquierdistas. Hoy los jóvenes universitarios, que no conocen cómo era Colombia antes de Uribe, creen que él es un criminal. Lo culpan de los falsos positivos, una verdadera y vergonzosa tragedia causada por algunas “manzanas podridas” del ejército, en su afán de ganar méritos mostrando bajas.
Pero ¿no era acaso la obligación de identificar estos crímenes de los comandantes de cada región y, sobre todo del ministro de defensa Juan Manuel Santos? ¿Acaso no es esa la función de un ministro, ser el representante del presidente, ser sus ojos y oídos? ¿No era Santos el responsable directo?
Esos jóvenes no saben cómo, en el 2002, Colombia estaba acorralada y desmoralizada por las FARC y otros narcoterroristas; cómo las “pescas milagrosas”, dónde bajaban a gente de sus carros, buses o camiones para llevarse secuestrados a quienes quisieran, tenían paralizado al país. Antes de Uribe, Colombia vivía una de las épocas más duras de terror de su historia.
Jamás olvidaremos el primer fin de semana, cuando después de años de terror, más de 4 millones de colombianos pudimos movilizarnos por el país, defendidos por el ejército, durante los primeros meses de gobierno de Uribe. Fue el comienzo de la recuperación. La economía se reanimó y Colombia comenzó a respirar tranquila. ¡Cuántos cambios trajo el gobierno de Uribe, cuánta esperanza hubo para todos! Trágicamente, sus enemigos han logrado destruir su obra y su honra. Hoy tiembla otra vez la democracia. ¡Cómo nos falta Uribe!