Ana Cristina Restrepo Jiménez
La vicepresidencia, desde su resurrección en la Constitución de 1991, ha sido una figura que parece cobrar relevancia en dos escenarios: el electoral, para efectos de la acción positiva (cuota de género o étnica, por ejemplo), y el de contingencia; a diferencia del antiguo “designado a la presidencia”, en caso de ausencia temporal o permanente del presidente, la vicepresidenta cuenta con la legitimidad de quien es elegida en las urnas.
Con Iván Duque y Marta Lucía Ramírez hemos aprendido lecciones valiosas: (1) la vicepresidencia de una mujer no garantiza que vele por el bienestar de todas las mujeres y (2) tan importante como reemplazar a un presidente en caso de que muera es hacerlo en caso de que se duerma. Ramírez le cuidó el sueño a Duque.
En la segunda vuelta, Rodolfo Hernández no solo se llevaría parte de los votos de los candidatos perdedores; lo realmente grave es que deja a su contendor, Gustavo Petro, sin el discurso antisistema, del “cambio”.
En este clima emocional, en el que poco o nada importa el pasado de ambos candidatos en sus cargos públicos, el ruido nubla el juicio…
Hernández no dice “le doy en la cara marica”, él procede como lo hizo con el concejal John Claro (aunque el exalcalde de Bucaramanga golpea tan fuerte como Germán Vargas Lleras, el electorado no le pasó cuenta de cobro).
Hernández no apela al eufemismo de “si la autoridad, serena, firme y con criterio social, implica una masacre…”; se va de frente con “Jueputa, le pego su tiro, malparido”.
En un país de machitos, donde la política descansa sobre los pilares del patriarcado, en las actuales elecciones el voto femenino se convierte en el gran filón electoral. De 39.002.239 personas habilitadas para votar en Colombia, 20.111.908 somos mujeres.
Sobre el papel de su esposa, Socorro Oliveros, en la Casa de Nariño, Hernández dijo: “Es bueno que ella haga los comentarios y apoye desde la casa”. Gustavo Petro no se queda atrás: enganchó al pastor Alfredo Saade, antiderechos de las mujeres, habla de “aborto cero” y le hizo conejo a Francia Márquez en la lista al Senado.
Estamos hartas de debates entre señores insultándose (tanto Petro como Hernández les han hecho el quite a estos encuentros). Ante la ausencia de una candidata presidencial y el triunfo de dos hombres que no han sabido hablarnos como iguales, las vices tienen la palabra.
Castillo es una ingeniera con doctorado en Educación: en el fogueo ante medios de comunicación no desarrolla una sola propuesta, sus alusiones programáticas se limitan a reformar el estado de cosas, no a innovar. Carece de un discurso propio.
Márquez, abogada y líder ambientalista, no solo se arriesgó en la consulta del Pacto Histórico, sino que desde su presentación oficial le dijo unas cuantas verdades a César Gaviria. No es subordinada de Petro.
Mientras Marelen busca su discurso, Francia es, ella misma, el discurso. ¿Qué tal un cara a cara entre ellas, quienes tienen todo por decir?
