POR: Amadeo González Triviño
Hace algunos días hemos venido escuchando en algunas intervenciones un político con aromas de filósofo y de adorador de frases que confunden y se traducen en un camino hacia la perversión del pensamiento, que luego de haber evocado nuestros años de docencia, nos han permitido buscar en algún amigo, un magister de filosofía, un gran profesional del Derecho, un gran abogado que sabe y ejerce el pensamiento y la ley, para que nos explicara eso que quiere decir nuestro político de ocasión.
Nos hemos limitado a cuestionar nuestra ignorancia respecto de la insistencia en la que el candidato nos plantea que votar por él, hace parte de un imperativo categórico, y cuando así lo advierte, se lleva las manos al pecho y habla de que se trata de un imperativo de las emociones y de los sentimientos hacia su programa de gobierno, hacia su lucha contra la robadera y contra todas las formas de corrupción que los otros conocen, pero que para su caso no se aplica, y ante el silencio de mi ilustre colega, me he quedado en la nebulosa buscando recordar algunos aspectos que poco a poco vamos desentrañando.
Sin lugar a dudas, la filosofía kantiana y los preceptos que se esbozaron a partir de este filósofo, apuntan a hacer una distinción entre lo que es el imperativo categórico, regido hoy en día, por la norma, por la ley, por todo aquello que es reconocido como «un deber de hacer” o un “deber de omitir”. Es decir, que si se dice no hay que matar, es un imperativo que prohíbe a un ser darle muerte a otro y como consecuencia de ese imperativo viene una sanción, como lo es en el caso que nos ocupa, cuando una persona da muerte a otra, se hace acreedor a una sanción punitiva.
En cambio, cuando pensamos o soñamos o hacemos hipótesis de algo que sentimos, que añoramos o que buscamos, estamos en presencia de un imperativo hipotético, esto es, un querer o un desear que hace parte de las emociones o de los sentimientos y por eso es que se hacen distinciones o diferencias entre uno y otro, ya que en una primera instancia estamos ante la presencia de exigencias incondicionales, en tanto que ese imperativo hipotético queda supeditado a condiciones o exigencias de comportamiento del ser motivado por fines, por emociones o por prebendas, esto es por condicionamientos.
Por lo tanto, nuestro candidato que posa de filósofo kantiano, aprendió una frase y la repite sin cesar y confunde, como si siguiera las orientaciones del gran pensador del que dice ser un gran admirador: Adolf Hitler, llegando a pensar, que el corazón rige los destinos de los actos de los seres humanos, sin tener en cuenta el respeto y la obligación de no atacar, no menospreciar, no robar, no herir o golpear en el rosto o en alguna parte del cuerpo al otro y mucho menos de amenazar con pegarle un tiro o de utilizar la ley para limpiarse aquello.
A lo lejos en este discurrir de hipótesis y de consideraciones racionalistas, una gran carcajada para el olvido llega hasta mí, cuando el magister de filosofía, doctor en Derecho y amigo que en otro tiempo lideró el veto para que los estudiantes de la facultad de Derecho me declararan persona no grata, se me acerca para advertirme que los imperativos categóricos de hoy, la ley, se miden por el rasero de los intereses políticos o de las afugias económicas de quienes están en el poder y que por tanto, mis elucubraciones no tienen sentido más allá que las de procurar un momento de efusividad en medio de esta campaña política que raya entre lo absurdo, lo vano y lo fatal y que a la hora de la verdad, si el candidato dice que es un imperativo categórico votar por él, es por cuánto como un dios o un dictador, considera que sus dichos son la última palabra, son una ley que sirve para lo que el tanto desea hacer con ella.
Desencantado me quedo mirando entonces la televisión que nos repite y nos exhibe a diestra y siniestra tales declaraciones políticas, que prefiero apagar el aparato, tomar entre los periódicos algún ejemplar del ayer, porque ya no llegan las noticias a tiempo, esa sección donde hay juegos, laberintos, sopas de letras y crucigramas o monos, para dejar que pase el día y que pase sin preocuparme más por esta hecatombe que se nos vino encima.