Luis Humberto Tovar Trujillo
Tan acostumbrados estábamos de la famosa “seguridad democrática” para ahora acostumbrarnos a la inseguridad democrática.
La primera consistía en la estrategia para quitar de las manos de la delincuencia de todos los pelambres, el riesgo de la vida, honra y bienes de los ciudadanos.
Ahora, habiéndose olvidado la estrategia para quitar de las manos delincuenciales de los políticos la democracia, nos vemos enfrentados a una realidad; la debilidad democrática.
Mientras se luchaba por generar unos escenarios propicios para retomar la tranquilidad, y convivencia ciudadana, se abandonó la otra orilla del problema; los políticos se apertrecharon, aliados con el narcotráfico, y la guerrilla, de dinero sucio, hasta atracar el presupuesto nacional, para sus mezquinos menesteres, se convirtieron en los tesoreros de los perseguidos por esa seguridad democrática. Y ahí fue Troya.
Hoy las instituciones viven el mayor martirologio, o uno de los mayores martirologios de la historia reciente, donde los promotores de la lucha contra la corrupción, integran el pacto electoral más corrupto de la historia.
Y no es propiamente un arrepentimiento por haberlo hecho; igual sucede con las declaraciones de la cúpula delincuencial de las Farc, por sus atrocidades de lesa humanidad, simulaciones conocidas por la sociedad en audiencia publica concedida por sus futuros otorgantes de impunidad.
Pareciera que la mejor estrategia de los delincuentes modernos, es presentarse ante la sociedad, “luchando” contra aquellas conductas que los han hecho “célebres” ante la sociedad, para lavarse la cara, pero sus manifestaciones, chocan con la realidad, porque continúan en la práctica, como si no fuera con ellos; siguen con las mismas atrocidades.
Y en eso cayó la clase política; lucha contra la corrupción, como decían los viejos, “vaca ladrona no olvida el portillo”, incluido ese viejito chinguenguenchon de la reciente campaña, y siguen atados por ese cordón umbilical de la podredumbre institucional.
Eso ha llevado al deterioro moral institucional, donde los malos, por fortuna hasta ahora son pocos, pero lo buenos no hacen nada, menos, cuando han detectado el poder para asear todo, y sucumbieron al delito, y a las indebidas “mermeladas” caídas como migajas del poder.
Las tres ramas del poder, solo predican reformas, pero son incapaces de auto reformarse; predican, pero no practican; están como el mensaje bíblico, de predicar lo que no son capaces de hacer.
Hasta allá llega la hipocresía de los políticos; por eso cada día avanzamos a pasos agigantados, a recuperar el derecho por las vías de hecho, porque el derecho ha dejado de existir, hasta en los despachos judiciales.
