Ernesto Cardoso Camacho
Los vientos que soplan en la economía globalizada anuncian nubarrones y tempestades. El fantasma de la inflación que tiende a convertirse en una recesión parecida a la de la gran crisis del 29, ha disparado las alarmas en las principales potencias de occidente y de oriente, sin que existan por ahora soluciones que la puedan evitar o que la aplacen transitoriamente.
Los estragos causados por la larga parálisis que originó el Covid 19 en la máquina productiva de la humanidad apenas está cobrando sus facturas. Los enormes esfuerzos fiscales que tuvieron que hacer las principales naciones para paliar sus efectos sociales de la gran mayoría de sus habitantes, y la expansión desmesurada de los créditos otorgados por la banca multilateral, han agudizado el panorama.
Los esfuerzos dirigidos a la reactivación económica apenas se estaban insinuando cuando Rusia decide invadir a Ucrania, originando así un gran golpe a la producción agrícola que amenaza seriamente la seguridad alimentaria del planeta. La comercialización del gas ruso hacia gran parte de los países de la comunidad europea ha ocasionado tensiones adicionales que unidas a la de los exagerados precios de los hidrocarburos, han terminado por echarle leña al fuego.
En estas circunstancias, la economía norteamericana se debilita al tiempo que curiosamente endurece su moneda frente al euro y a las monedas de los países menos desarrollados que ven así incrementar exponencialmente su deuda externa pública y privada, atizando además el desempleo y la carestía en los productos de la canasta familiar.
Pareciera que estamos en los albores de un nuevo orden económico global en donde la geopolítica impone sus condiciones por la supremacía de Rusia, China, Irán y Turquía frente a los Estados Unidos y a la comunidad europea. Mientras que los países de la liga árabe con su riqueza petrolera juegan a los dos bandos.
Los liderazgos en juego por la supremacía global, acaban por causar una triste realidad en relación con el aplazamiento indefinido de la transición energética, único camino posible para enfrentar con éxito el acelerado calentamiento del planeta.
En este sombrío panorama las economías más débiles como la nuestra quedan abocadas a ser simples espectadoras en donde los efectos podrían ser aún más severos.
No se trata de adoptar excesivo pesimismo. Las realidades son tan dramáticas como evidentes. Por ello es que los anuncios del presidente electo y de quienes están siendo designados para conformar el gobierno, despiertan fundados temores e incertidumbre. Las expectativas e ilusiones creadas en la campaña pueden llegar a verse frustradas ante estas crudas realidades de la economía global.
En este contexto, los esfuerzos dirigidos a obtener un gran apoyo político en el congreso es una señal correcta, pues permite concertar decisiones de política pública que son necesarias, indispensables y urgentes. Lo que falta por verse, es si tales apoyos se van a ser reflejados en el gobierno, es decir, si habrá representación política en los ministerios y altos cargos de la nómina oficial; o si, simplemente la colaboración se dará con generosidad y sin mezquindades pensando en los supremos intereses nacionales. Es la hora de la grandeza y no de la politiquería que fue rechazada con contundencia por la inmensa mayoría de ciudadanos. Estamos muy próximos a saber si ello es así, o si será más de los mismo y el prometido cambio seguirá pendiente.