Por: Paloma Valencia
En estas épocas previas a la posesión de Petro como Presidente todos estamos especulando cómo será su gobierno. Ya sabemos que se cierne una gran amenaza sobre el sector productivo hoy advertido de una nueva reforma tributaria, que prevé nuevos y más altos impuestos. El sector agrícola está paralizado ante la amenaza de la expropiación. A eso se le suma la amenaza de acabar con nuestro buen aunque defectuoso sistema de salud, con la promesa de un sistema público asediado por la burocracia y la corrupción que carcome todo lo público.
Tal vez, lo más enigmático es lo que va a suceder con el narcotráfico. Cómodamente Petro ha vendido el discurso de la legalización de las drogas y paralelamente a eso, la oferta de perdón social para todos los delincuentes sin distingos: Diálogos con el ELN, incorporación de las disidencias de las FARC a los acuerdos de la Habana, e incluso negociación con el Clan de Golfo con la promesa de una JEP para el narcotráfico.
Es una visión sencilla que supone que el problema del narcotráfico es la ilegalidad. Ese es solo parte del problema. No les importa la carga que la legalización supone para la población colombiana. La legalización dispara la disponibilidad. Las familias colombianas asediadas por la pobreza, con los niños deambulando por las calles, ahora tendrán una preocupación más. Por eso, la gran mayoría de los colombianos se oponen a la legalización. Entendemos que no todos se vuelven adictos, pero sabemos que caer en la adición destruye la vida familiar. Sabemos que nuestras instituciones son incapaces de controlar la oferta; no ha podido cuando es totalmente ilegal, es fácil pensar el fracaso que será el control con la habilitación legal.
Además, si Colombia legaliza la cocaína, pero la prohibición permanece en el resto del mundo, el problema continúa. No podríamos vender legalmente, así que quedaríamos con las drogas legales en Colombia pero cuya comercialización sería ilegal. ¿Nos convertiríamos en un Estado mafioso?
La legalización mundial no se ve cerca. La reunión con el Gobierno Biden va a definir muchas cosas. Petro tiene una carta que jugará seguramente con audacia. Si los EE.UU. nos llegara a descertificar; el nuevo gobierno podrá unirse al bloque Chino-Ruso. Me imagino perfectamente a los chinos ofertándonos comprar lo que hoy nos compra EE.UU. Pasaríamos a tener como primer socio comercial al país de oriente, y EE.UU. quedaría prácticamente por fuera de Latinoamérica.
El mundo está entrando en esta nueva división: occidente vs. oriente. El primer síntoma es la invasión a Ucrania. Irán aumentando las tensiones en Taiwán. En nuestra región, está tensión, está enmarcada por la presencia de China y Rusia en Cuba y Venezuela. Oriente tiene amplio control sobre varios negocios en nuestro vecino, incluso Fuerzas Armadas en ese territorio.
¿Será capaz el Presidente Petro de cambiar de aliados para cumplir su promesa de legalización? O ¿Pasaremos al eje Chino-Ruso bajo el pretexto del narcotráfico?
Lo triste es que esa legalización no traerá tampoco la paz. El narcotráfico está controlado por mafias que no necesitan de la ilegalidad para ser legales; basta observar lo que sucede con la minería ilegal con metales legales.
Lo que se nos viene es el empoderamiento de esa ilegalidad. La promesa de la legalización no la interpretan como la llegada de la legalidad; sino el imperio de la ilegalidad. ¿Esa ilegalidad que se tomó Venezuela y que lo convirtió en un feudo de bandidos, cruzará la frontera?