Alberto Linero
Experimentar la espiritualidad es vivir a plenitud la humanidad, y si hay algo demasiado humano, es el cuidarnos, ayudarnos solidariamente y ser bendición para todo aquel que sufre y vive las peores consecuencias de nuestra vulnerabilidad.
Sin compasión no hay experiencia espiritual. Se puede participar de todas las manifestaciones rituales posibles, ser estrictos con los códigos morales que existan, defender con ahínco y fidelidad cada verdad de nuestra fe, pero si no somos compasivos, no somos espirituales. Creo que esa es la crítica de Jesús de Nazaret a la religión oficial de su época. Experimentar la espiritualidad es vivir a plenitud la humanidad, y si hay algo demasiado humano, es el cuidarnos, ayudarnos solidariamente y ser bendición para todo aquel que sufre y vive las peores consecuencias de nuestra vulnerabilidad.
La parábola del Buen Samaritano así lo declara contundentemente (Lucas 10, 25-37). El mensaje es claro: no se puede permitir que ninguna regla religiosa nos deshumanice y nos aparte del que necesita nuestra ayuda. El levita y el sacerdote del antiguo testamento que hacen rodeos y no se acercan al hombre apaleado y destrozado, lo hacen cumpliendo el código de santidad (Levítico 11-18). No podían tocar sangre si iban al templo, y si lo hacían, debían purificarse antes de entrar al culto. Ellos prefieren cumplir el código que ser el prójimo de ese mal herido. Entendieron que lo cultual está por encima del humano.
El mensaje es todavía más explosivo cuando se propone que el espiritual sea uno rechazado y despreciado por la religión oficial: Un samaritano. El que es verdaderamente prójimo no es aquel que cumple un código legal o cultual, sino el que es compasivo con quien lo necesita. La dinámica de la compasión está expresada en las formas verbales que se usan para describir la acción del samaritano anónimo de la parábola, y que podríamos describir en:
Siente compasión: esto supone que hace propio el dolor de aquel que está ensangrentado. Cuánta falta nos hace a nosotros aprender a sentir lo que sienten aquellos que no la pasan bien. Una acción que alivie el dolor del otro, es también un momento sublime de oración.
Se acerca: Tengo claro que la única manera de hacer posible la compasión, es embadurnándose del otro. No basta con una caridad ciega, dar solo por el placer personal de dar. Hace falta estar con el otro, hacerle sentir acompañado.
Lo cura: Ser compasivos implica hacer todo lo existencial y científicamente posible en favor del otro.
Lo sube a su cabalgadura: Esto es, lo carga, lo sostiene, se convierte en un apoyo para él. En medio de las necesidades de aquellos que nos rodean, a veces es necesario hacerles sentir un hombro donde se puedan apoyar.
Lo llevó a un alojamiento: No atiende solo su necesidad inmediata, sino que está atento al proceso, lo que quiere decir que no basta con pañitos de agua tibia. El interés debe ser por la sanación integral.
Lo cuida: Sin cuidado no hay amor, y por ende no hay compasión. En medio de la vulnerabilidad del otro, nuestra tarea es aprender a cuidarlo para que no se rompa más. Ese es el verdadero reto.
Se hace cargo de sus gastos: No le importó compartir sus recursos, porque entiende que la mayor alegría está en ofrecer y no en acumular. Una de las mayores desgracias de nuestra sociedad es el afán por tener y tener sin nunca soltar.
Todo lo demás puede ser lindo y puro, pero lo espiritual es ser prójimo del necesitado y ésta dinámica muestra cómo.