Por: María Clara Ospina
La producción de cocaína se disparó desde que el gobierno de Juan Manuel Santos canceló la fumigación aérea de los cultivos. Hoy hay más tierra produciendo coca que en cualquier otro momento desde que comenzó este macabro negocio en Colombia, inclusive más que cuando los carteles de Medellín y Cali se peleaban el negocio.
No solo la cancelación de la fumigación permitió su incontenible aumento; también se debió a nefastos programas ofrecidos por Santos como: dar dinero a los cultivadores por cambiar sus cultivos de coca por otros, lo que resultó en que muchos avivatos se dedicaran a sembrar coca para recibir dinero del gobierno por, supuestamente, cambiarlos por otros.
Además, entraron en juego las disidencias de las FARC, hoy dedicadas de lleno al excelente negocio del narcotráfico en el cual son expertas en todos los aspectos: el despojo de las tierras necesarias, la siembra, la producción y la distribución mundial, acolitadas por el nefasto Nicolas Maduro, su protector y compinche, y sus rutas africanas para la distribución en Europa.
A esto se suman otros grupos bien armados e igualmente sanguinarios, incluyendo ramas de carteles mexicanos que están haciendo su agosto en un país donde no se fumiga.
Y es que fumigar es complicado. Las opiniones científicas sobre las consecuencias del glifosato en la salud humana no son claras, mucho menos certeras. Algunas organizaciones mundiales consideran que puede llegar a producir cáncer y otros problemas graves, mientras otras organizaciones, respaldadas por importantes estudios, niegan esas consecuencias.
La opción de destruir manualmente los cultivos no solo es costosa y altamente peligrosa, pues los grupos armados atacan, hiriendo y hasta matando, a los “arrancadores”, sino que, además, es extremadamente lenta: 24 personas, en un día, no alcanzan a limpiar más de dos hectáreas.
Entonces ¿qué hacer? ¡Qué hacer! El tráfico de cocaína está arrinconando al país con sus tentáculos de dineros ilícitos, control de tierras, criminalidad y corrupción. Nada hasta ahora ha funcionado. Llevamos décadas luchando y solo, durante el gobierno de Álvaro Uribe, se alcanzó un progreso tangible, pero no se ganó la batalla.
Creo que el peso de este problema no puede seguir recayendo sobre nosotros exclusivamente. ¿Cuántos muertos, cuánta sangre, cuánto dolor ha puesto Colombia para solucionar este problema que se origina en los Estados Unidos y Europa? ¿Por qué tenemos que seguir mendigando ayuda económica de estas potencias, si es su “apetito” inagotable por la cocaína el que mantiene siempre creciente demanda de la droga?
De seguir así, Colombia permanecerá en un laberinto interminable que le impide mirar hacia un futuro de paz y progreso, sin narco criminales financiados por la cocaína. ¡Cómo sería de maravillosa Colombia sin esta “plaga”!
No importa a qué partido uno pertenezca, o a qué Dios le rece, debemos exigir a los países compradores soluciones. Por ejemplo: hay que requerir que establezcan en sus países agresivas campañas, no pañitos tibios, contra el tráfico interno y el consumo de cocaína.
Y, si no pueden, ¿por qué no legalizar los sembrados y vender su la producción a esos gobiernos para que ellos la administren como quieran? Ellos, sus ONG y las organizaciones mundiales tienen la capacidad para hacerlo.
Bueno, si esto no les gusta, propongan; porque como vamos, nos estamos enterrando en un lodazal mortal.