AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Dos años han transcurrido desde que Gustavo Petro Urrego asumió sus funciones como Presidente de los colombianos. Dos años en los que el ejercicio del poder ha estado salpicado de la manera más aberrante por la radicalización de los opositores al Gobierno, hasta el punto de que todos los medios de comunicación y la clase dirigente tradicional de nuestro país, se han encargado de realizar y desarrollar una agenda programática de obstrucción y de polarización, para enrutar la campaña política del 2026, como fundamento y razón de ser de la politiquería y de la corrupción que mueve los hilos del poder y que se ha acentuado hace más de cien años.
Es preocupante que se hable del actual gobierno, como un gobierno de izquierda. Eso no es así. Y tan no es así que el proyecto del Cambio, como forma de hacer política, ha encontrado una serie de obstáculos e impedimentos que no han sido visualizados de la mejor manera, y que, por el contrario, se utiliza para el desprestigio antes que para la construcción o el apoyo que se requiere.
Consideramos que en este proceso el hecho fundamental de que las instituciones están direccionadas por funcionarios que vienen de los gobiernos anteriores, que no se han acomodado a asumir su rol protagónico en las transformaciones sociales pregonadas desde la campaña presidencial que hoy nos ocupa y por el contrario, esas viejas mañas de la contratación y del servicio público, han impedido la ejecución en gran parte del presupuesto estatal, ante la ausencia de un sentido de pertenencia de los funcionarios y de un compromiso serio con esa función pública, como les corresponde.
Pero ahí no para la cosa. El poder legislativo es el más encarnizado enemigo de este gobierno. No puede permitir que el Gobierno del Cambio, saque adelante los proyectos de transformación social y que beneficien a las comunidades, porque ello representaría una bandera y un reconocimiento con el cual, se empañe el futuro de la sociedad colombiana, y lo es, porque se cree que solo los partidos tradicionales o mejor, la derecha y los tibios del centro, como se anuncian muchos sectores políticos, quieren y pretender ser los protagonistas de cualquier miga que se quiera ofrecer al electorado, a las comunidades o a la sociedad en particular. Por ello, todo se ha convertido en una plataforma de desprestigio que raya en la más clara y evidente confrontación ideológica, sesgada hacia los extremos y convencidos de que el refrán popular “divide y reinarás”, cobra a cada instante, más fuerza y se hace esencial en volver añicos los proyectos que busquen una salida a la problemática social que se vive.
Si a esto se suma la inseguridad y el incremento de todos los fenómenos que ella representa, no como consecuencia del proceso de Paz Total, al cual le asignan responsabilidades, sino como una respuesta taimada de todos los que direccionan el fracaso del actual mandato presidencial, sirven de argumento y se consolidan para pregonar la ingobernabilidad y generar o fomentar las angustias y el sensacionalismo tipo prensa amarilla, en un esquema argumentativo de regreso a las formas primarias de la violencia y del descontrol del Estado mismo, cuando lo que se necesita y es urgente, está en el acompañamiento de toda la sociedad para el desmantelamiento de la redes del crimen y la real búsqueda de políticas de entendimiento social y de resistencia contra el delito.
No olvidemos entonces, que cuando el legislador deja de estudiar y analizar los proyectos de ley o de transformaciones sociales, mediante el proceso formativo de la norma, para convertir el Congreso en el escenario de la confrontación y del desprestigio, es cuando entendemos mejor, que su papel ha sido mancillado y que no tenemos la más mínima esperanza de volver por los cauces de la paz y la convivencia social en armonía con los presupuestos y la filosofía de vida que tanto hemos perdido, a la luz de una constitución política que no es más que letra muerta.
