La columna de Alan
Por: Alain Perdomo Herrera – perdomoalain3@gmail.com
Generalmente cuando se escribe para cualquier medio, se hace sobre temas de lo cotidiano, política, religión, violencia, economía, deportes, educación y sexo entre otros; de ello se puede hablar de lo bueno y lo malo, de lo divino y lo humano; la educación es uno los temas sobre los cuales se escribe mucho, es por ello que, en la complejidad de los pocos caracteres de una columna, trataremos de condensar una idea.
Recuerdo haber escrito un correo dirigido a Daniel Samper Pizano, le preguntaba en la misiva si me podía compartir un documento suyo escrito en la década de los 80 titulado “la olvidada alegría de leer”, amablemente me respondió- no Alain-, no lo tengo, la razón es simple, arguyó en su respuesta que para esa época los medios digitales no eran tan eficientes como los actuales, sin embargo, no deja de ser importante para quienes hayan tenido la oportunidad de leer el citado artículo, en el cual se exaltaba el valor de la escritura y la lectura impartida por los maestros, sobre todo cuando proviene desde la perspectiva de este escritor brillante, alejado de todo prejuicio.
Tal vez, no hay un ser más fascinante que el maestro, es quien nos enseña las primeras letras, con la paciencia de un orfebre y la fe de un carbonero, se da a la tarea de mostrarnos el camino, cada quien en el mundo recuerda al menos uno que le alumbró la vida, que lo ayudó a descubrir sus talentos, que supo leer lo que venía escrito en su ser y lo orientó en una disciplina o profesión. Admiro el gran trabajo viene realizando mi hermano Denver Perdomo (árbitro FIFA 1993-2005), como profesor e instructor de árbitros de futbol, en algunas de las experiencias que lo he acompañado, destaco su perseverancia en una de ellas que se relaciona con un árbitro que entendía bien las reglas del juego, pero era analfabeta, con dedicación le enseñó a leer y escribir para que pudiera rendir sus informes.
Ser profesor es trasmitir a una o muchas personas un mismo mensaje, ser maestro es comprender que cada una lo recibe desde una sensibilidad distinta, desde una cosmovisión particular y por ello requiere una relación singular; en esa medida puede ser afortunado el que cuenta con un maestro personal “como son los padres”, de modo que el discípulo termine siendo la principal lección del maestro. El arte del maestro está en descubrir los dones, revelar los talentos, alentar las vocaciones, estimular la curiosidad, cultivar destrezas, alimentar la memoria, hacer visibles las tradiciones, descubrir espacios y fortalecer los inventos. No todo el mundo encuentra en la vida a los maestros que necesita, pero por fortuna ellos abundan, aunque no sepamos donde están, a veces en el hogar, a veces en el sistema educativo, a veces resultan serlo nuestros mejores amigos, en fin, hasta un desconocido o un habitante de calle, puede soltar una frase que nos deja un ejemplo de vida.
La humanidad recuerda dos grandes maestros que no dejaron nada escrito pudiéndolo hacer, Sócrates y Jesús, renunciaron a escribir en papel o en piedra, ellos prefirieron hablar para las almas, y como pago recibieron la muerte; no deja de ser extraño que las enseñanzas no escritas, sean las más poderosas y que las leyes no escritas, sean las más respetadas. Ninguna tarea, arte u oficio es fácil, la de Jesucristo parece ser la más compleja en la historia, él sabiendo cómo somos, dejó algunas reglas de conducta por él dictadas: amar a los enemigos, poner la otra mejilla, dar al ladrón más de lo que quería llevarse, no oponer resistencia, pedir solo el pan de cada día, no acumular riquezas, identificarse con el desdichado, perdonarlo todo; El maestro Jesús en su sabiduría no contraría las costumbres de un pueblo en particular, sino en general las tendencias de la humanidad.
Es por ello que en este corto espacio he querido hacer un pequeño elogio a la profesora Mery, maestra que le bastó solo un año de sus enseñanzas para que la recordara por el resto de mi vida, toda vez que me enseñó las primeras letras, que hoy me han permitido expresar en este texto el respeto y la admiración por los maestros. Así como existen muchas cartas a García, existen muchas profesoras Mery.
Adenda: Ahora entiendo porque Gabo, lloró cuando terminó de escribir cien años de soledad.