Por: Adonis Tupac Ramírez
Después de casi 13 años de laborar como cirujano de cabeza y cuello en la ciudad de Neiva, la vida y otras oportunidades de desarrollo profesional y académico me han llevado a trasladarme de forma definitiva a la ciudad de Pereira; fue una decisión difícil porque era el único especialista de la región y me causo tristeza por mis pacientes.
Esta columna está dirigida a ellos, a los más de 10.000 pacientes que pude servir tanto en consulta como en cirugía; a ellos que me enseñaron el arte de la paciencia, la empatía, la bondad y la serenidad para ser mejor médico. Durante este tiempo aprendí que ser obsesivo con la perfección no es la forma de llegar al corazón de los pacientes; que debía escuchar antes de hablar, no juzgar ni pedir explicaciones, que mi trabajo no solo era técnico sino también moral y espiritual.
La gratitud y el afecto de muchos de ellos me hicieron mejor persona, aprendí de las derrotas, aprendí que el éxito no es solo erradicar de forma quirúrgica un cáncer sino que es poder acompañarlos a ellos y a su familia en el proceso doloroso de la enfermedad, la recuperación o el paso hacia la muerte. Aprendí que la cura más grande no la lograba con el bisturí sino con las palabras, los abrazos y el afecto.
Me despido de todos ellos y de sus familias con el sentimiento más grande de gratitud.
Gracias por su aprecio, cariño, afecto, compasión, oraciones y el amor que me brindaron en estos años; gracias porque fueron mis maestros de vida, me hicieron mejor profesional y persona.
Cada uno de Uds. ha dejado en mí una huella y hoy con gran respeto les digo que espero que la vida nos vuelva a poner en el mismo camino.
