María Clara Ospina
En los días recientes Gustavo Petro nos ha inquietado con sus extravagancias, como el discurso que leyó en la Universidad de Stanford durante su reciente visita al presidente Biden, el cual fue tan absurdo, desconectado de la realidad e incomprensible que dicen que la traductora de la Universidad consideró algunos de sus párrafos imposibles de traducir por su falta de sentido. Sobra decir que el resto de la visita fue inconsecuente, al punto de que ninguno de los periódicos destacados de Estados Unidos la reportaron.
Pero aquí no paró su sartal de eventos semifracasados. La famosa Cumbre de Cancilleres en Bogotá, citada por él mismo, prioritariamente para buscar un acercamiento entre USA y Nicolás Maduro, fue un fracaso. Maduro claramente rechazó cualquier tipo de negociación con Washington sin que antes no fueran retiradas todas las sanciones contra su gobierno. ¿Acaso, Petro, en sus múltiples visitas a Caracas, no concertó esta cumbre con el venezolano? ¿O fue que Maduro le quedó mal a Petro? Y de paso minó el intento de su homólogo colombiano de convertirse en el líder regional que con tanta desesperación busca ser.
Quizá esa fue la gota que llenó la copa de Petro y lo llevó a crear un sunami en su equipo de gobierno. De un tajo destituyó a siete de sus ministros, entre ellos a José Antonio Ocampo, quizá el más reputado de todos y a la más arbitraria, además de detestada, Ministra de Salud, que con su arrogancia, incapacidad de dialogo y de entendimiento de los problemas presentados por su Reforma de Salud, estuvo a punto de que esta fuera archivada. Dicen que Petro, para salvar la Reforma, se vio obligado a enviar al Congreso Diana a su mujer, a repartir mermelada.
Muchos piensan que la crisis ministerial causada por Petro no fue simplemente una “pataleta” política para castigar a los partidos políticos Conservador, Liberal y de la U, por no marcharle a sus reformas, con la destitución de los ministros que los representaban en su gabinete.
Otros piensan que el objetivo era cambiar a aquellos ministros que desde el mismo gobierno criticaron dichas reformas por inconvenientes, inconstitucionales y francamente negativas para el crecimiento económico del país y la protección de los derechos adquiridos por los ciudadanos; además de ser un medio para salir de ministros como la Corcho que se habían convertido en una piedra en su zapato.
A German Vargas Lleras, no le sorprendería que la estrategia de Petro sea profundizar la crisis que vive el país, “para llamar a una Constituyente y así atornillarse indefinidamente en el poder. Ese es el libreto del socialismo latinoamericano”.
El exvicepresidente Humberto de la Calle, tiene otra interpretación de la situación, desde el atroz discurso de Petro desde el balcón presidencial, donde amenazó con levantar al pueblo si no le aprobaban sus reformas, hasta la crisis ministerial recién vivida. Dice De la calle: “Las declaraciones del Presidente en reemplazar el Congreso por la calle son reiterativas y preocupantes. La turbulencia ministerial es pasajera. Lo que debe generar alarma es que no se respeten las instituciones. Hacemos un llamado a la moderación y a la actitud democrática” (Diario Nuevo Siglo, 4/28/23).
¿Petro delira, o es un estratega capaz de desconcertar a los más astutos políticos? ¡No sé! Pero sin duda es peligroso.