Por: Amadeo González Triviño
Con el acompañamiento de distinguidas personalidades colombianas, se viene insistiendo en la premisa de SALVAR AL RIO MAGDALENA, frente a la forma de abandono total en el que se encuentra esta fuente hídrica nacional, conocida como el río madre de la Patria.
Todo parece indicar que es la complacencia de las autoridades gubernamentales e instituciones que se dicen pregoneras y defensoras del medio ambiente, quienes acompañan su desastre y su abandono, por cuanto al no existen políticas claras de protección del medio ambiente y defensa de nuestro territorio, ha permitido que se hayan programado y diseñado una serie de represas en nuestro Departamento, que entregadas a inversionistas extranjeros, se encargarán de generar energía eléctrica para su explotación económica, concitando a la miseria, al desalojo y al abandono a las comunidades.
Hace varios años en una columna publicada en este mismo Diario, hacíamos énfasis en las denuncias que hoy cobran de nuevo la visión que siempre hemos reclamado, desde que se propuso la creación y desarrollo de la Represa el Quimbo en el centro del departamento del Huila, lo que trajo consigo el arrasamiento de las comunidades adyacentes a su embalse, deforestación y afectación a la dignidad humana de la población sin que hasta el momento hayan recibido las indemnizaciones ordenadas por entonces y/o que se restablezca el equilibrio natural que se prometió.
En aquel comentario, al dialogar con un vecino de la región se decía que “El río Magdalena se está muriendo”, y enfatizaba el interlocutor que “las autoridades ambientales son incompetentes para anticipar el desastre, no tenemos en estos momentos políticas que permitan descubrir, que me he equivocado”, y se refería con fundamentos y con mucha certeza, sobre la caída de las aguas servidas a su afluente, la contaminación y el daño de incalculables consecuencias a lo largo y ancho de su geografía regional.
Volvemos entonces a recordar que nuestra visión futurista es la de un desastre ambiental que tiene como soporte la inexistencia de tratamiento de las aguas servidas que van a terminar al río madre, pues las poblaciones que quedan cerca de su lecho, y las afluentes que lo alimentan, en esta temporada de verano, reciben las aguas no tratadas de las alcantarillas, y todas las aguas que son represadas para lagos o cultivos de peces y son devueltas contaminadas al río, fuera de la forma como los residuos de los abonos químicos, terminan filtrándose por entre la corteza terrestre para llegar a generar este panorama que ya se visualiza hoy en día.
Por eso, nunca dudamos en buscar a su vez, construir desde la crónica literaria lo que ha sido nuestro aporte con el texto “Huellas de Garra”, en el que a partir de la aproximación a algunas de las personas que fueron censadas se vivió el drama humano del desalojo, de la barbarie y del acoso que desde la Administración de Justicia, se propició con el apego a normas de vieja data, para expropiar a los parceleros, agricultores, pescaderos, ganaderos y habitantes de la región, amén de aquellos que vivían de la explotación del material que extraían del lecho del río, para su sustento.
Repetimos de nuevo nuestra proclama: El tiempo lo dirá, serán nuestras propias comunidades las encargadas del desastre o de revertir el papel que le corresponde a la fuente hídrica, el río Magdalena, para que sea el sostén de nuestra biodiversidad y de la vida, ante la desidia y el abandono en el que se encuentra por parte de las autoridades ambientales nacionales.