Amadeo González Triviño
Hemos presenciado unos actos de premiación y reconocimiento al periodismo colombiano, que se traduce con el paso del tiempo en una especie de valoración del trabajo ejercido por quienes desempeñan esta loable labor con el rigor, la seriedad y especialmente por la búsqueda de informar los hechos y acontecimientos con el mayor acierto de sus dichos.
Surgen voces disonantes y otras que se complacen con algunos de los premios entregados por un jurado plural en las áreas del periodismo patrocinado por una Fundación y que se denomina Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, como acontece siempre con todos los demás premios que a nivel nacional e internacional se suceden para beneplácito o para desilusión de unos y de otros.
Consideramos que es elemental reconocer y distinguir entre el conglomerado de periodistas existentes, esa labor de investigación, esa labor de indagación y por qué no, de denuncia con soportes y documentos que lo acreditan, de quienes han estado siguiendo los hechos y las formas de ser, como los administradores de la cosa pública se desempeñan, precisando y ubicando dentro del contexto de una realidad social, ese comportamiento que en la gran mayoría de las veces, afecta y vulnera la legalidad o la institucionalidad misma, para generar la urgencia del reproche social o en su caso, la posibilidad de que se inicien los procesos sancionatorios y de control por parte de los entes encargados para ello.
Pero desafortunadamente un país dividido, radicalizado por posiciones sectarias, donde la gran mayoría de los periodistas están al servicio del poder y de quienes hacen del ejercicio político una forma de vida, antes que una forma de servicio a la comunidad, es cuando ciertos comunicadores sociales, que han tenido el valor y la osadía y el coraje y la capacidad de plantear y denunciar los hechos que se suceden en la administración pública, terminan siendo perseguidos, vapuleados y separados incluso de su oficio periodístico por las propias agencias a las que les prestan su servicio, todo en una labor mediática de desinformación o de desprestigio con el que se arropa a la gran mayoría de colombianos.
Y qué decir entonces del papel que desempeñan los entes de control ante el cúmulo de informaciones y de denuncias que se presentan a diario por parte de dichos medios de comunicación o periodistas o informadores. Es cuando el pánico de un día, se silencia persiguiendo al periodista, callándolo, relegándolo al destierro, en tanto que los entes encargados de dichos procesos sancionatorios o de investigación, acomodados por los testaferros del poder mismo, ocultan, desaparecen o se dan sus trazas para minimizar o desvirtuar y acomodar los hechos a sus propios intereses, sin desconocer que en dichas instituciones están sendos patrocinadores de ese carcoma que no se detiene, de ese virus que ha infectado toda la nación, como lo es, la corrupción, la impunidad y el delito, en todas sus manifestaciones, con el beneplácito de todos, de todos.
Hoy en día, es lamentable este servicio informativo que presenciamos, que escuchamos, que leemos, cuando en la provincia es común y hace parte del ordinario de los pueblos y de los conglomerados sociales, tener y convivir con personas que en una actitud inescrupulosos ejercen una actividad informativa bajo la presentación de un ejercicio periodístico, con la única prebenda que puedan recibir para saciar sus apetitos existenciales, sin importar el compromiso y el deber que se envuelve en esta profesión, de su lealtad con la información y del derecho fundamental de los ciudadanos para estar debidamente informados y ser sabedores y conocedores de lo que sucede en su medio, en su hábitat, en su propia tierra.
Nuestro llamado de atención hoy, está direccionado a que los lectores, los ciudadanos, los que tenemos cierta identidad de patria y que aún tenemos la osadía de considerar que todo puede cambiar para bien de una democracia en pañales, como la que estamos viviendo, que no alimentemos a quienes desde el oficio del periodismo, han terminado siendo cómplices de esos funcionarios que perdieron el rumbo en el camino del servicio a las comunidades y que pululan en las esquinas de los pueblos a la espera de una dádiva o de una tergiversación de los hechos que posteriormente salen a difundir por los medios de comunicación, es hora de que empecemos a racionalizar la información que recibimos y silenciemos, si es del caso, esas emisoras o noticieros o informativos que no contribuyen a la paz y la convivencia ciudadana.