El mundo de las artes despide a un genio que encantó al mundo de la cultura con sus pinturas, oleos y esculturas de las gordas, quien falleció a los 91 años en la ciudad de Pietrasanta, donde estuvo viviendo durante más de 40 años. El maestro Fernando Botero Angulo desde el silencio de su vivienda en el principado de Mónaco, nunca paró de pintar, descubrió a través de sus exposiciones su propia belleza inmortal, que lo ubica como el mejor exponente en su clase en el ámbito internacional y que se convirtió en un símbolo y orgullo para la sociedad colombiana y como ejemplo para todas las nuevas generaciones, por su férrea disciplina y dedicación en el campo de las artes. Todos los medios de comunicación en el mundo coinciden en sus ediciones que será muy difícil encontrar a una persona que pintaba y dibujaba, que esculpía, que hacía por los demás, representando sus estilos tradicionales de la vida rutinaria en sus regiones.
Durante su trasegar de su vida, el mundo cultural fue testigo de sus obras expuestas en los mejores museos del mundo y en los que el artista no solo jugaba con los volúmenes de la naturaleza como nadie lo había hecho antes, sino que pasaba a la historia cuando aún faltaba la mitad de su carrera. Fue fácil notar su genialidad. Pero también que se trataba de un hombre bueno, solidario, sin ínfulas, que amaba a su familia y a su país sobre todas las cosas. Fernando Botero Angulo nació en Medellín el 19 de abril de 1932 en una familia que durante años luchó para sobreponerse a la muerte del padre. Supo muy pronto, a los 15, que solo podía ser artista. Y, contra viento y marea, hizo su primera exposición, se pagó sus estudios haciendo ilustraciones para el diario El Colombiano, conoció los icónicos círculos de los artistas de Bogotá, terminó de formarse en las galerías europeas, descubrió su propio lenguaje en los volúmenes de sus bodegones, experimentó expresionismos, collages, trazos brutales, y su obra ya magistral e inconfundible, que empezó a ser exhibida en las principales capitales del planeta, se fue convirtiendo en un estremecedor vaivén de la pintura a la escultura. Se nos fue un genio que enalteció la cultura nuestra en todos los rincones del planeta.
Fue un personaje potente y complejo como muy pocos han existido en el último tiempo, en el campo de las artes. Y su popularidad consiste en que su obra irradia belleza y sensualidad, y celebra la vida. Satirizó el fanatismo, ridiculizó a los tiranos, parodió a los aristócratas, denunció a todos los actores del conflicto e ilustró la barbarie que se permite en las guerras, pero todas sus obras tienen en común ese llamado a notar y a agradecer la exuberancia de la vida.
