William Zambrano
Por estos días se rinde en muchos países un sentido homenaje a la vida y obra de Mireille Delmas-Marty, eminente jurista francesa, miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, Profesora Honoraria del Colegio de Francia, doctora honoris causa de importantes universidades en varios continentes, quien falleció el pasado 12 de febrero a sus 80 años.
Defensora incansable de las libertades, promotora de un nuevo humanismo, estudiosa de los procesos de transformación del derecho frente a la globalización, desde su cátedra de estudios jurídicos comparados e internacionalización, llamó a desplegar las fuerzas imaginativas del derecho en una lógica de respeto del pluralismo jurídico, para “ordenar lo múltiple sin reducirlo a lo idéntico, y admitir el pluralismo sin renunciar a un derecho común”.
Dentro de la gran riqueza temática de su obra, cabe destacar aquí algunos de los mensajes que dejó en Colombia en su visita a la Universidad del Rosario y al Consejo de Estado en 2019. En esa ocasión recordó que para enfrentar la crisis climática se hacía necesario hacer emerger un nuevo humanismo de “interdependencia”, así como una verdadera “insurrección de la imaginación” que permita pensar lo universal, sin reducirlo a nuestros propios intereses colectivos o individuales, ni a nuestros solos sistemas de pensamiento.
En esa ocasión también advirtió sobre la necesidad de pensar la globalización en la lógica de comunidad de destino, y no de estado mundial total avasallante y dominador -llámese gran mercado, ruta de la seda o universo digital- en el que no sea posible distinguir los discursos portadores de un desino abierto, de los que conduzcan finalmente a la fabricación centralizada de humanos por biotecnología y de robots humanizados.
De manera premonitoria advertía también sobre los riesgos de los discursos obsesionados por la seguridad, así como de las fragilidades de la democracia frente a ellos; argumentos que desarrolló ampliamente en una famosa columna en el diario Le Monde, a propósito del cuidado que se debía tener en el manejo de las medidas restrictivas de libertades destinadas a luchar contra el terrorismo o para enfrentar el Coronavirus. Allí sostuvo que dicha obsesión, ligada al sueño de un mundo sin riesgo, sin crimen y sin enfermedad, resultaría atractivo si no se supiera con qué facilidad el sueño de un mundo perfecto puede convertirse en la pesadilla de las “sociedades del miedo”.
Para evitar llegar a esa situación, decía en otra reciente entrevista, que se deben comprender dos cosas: “de una parte, que frente a los desafíos globales, los estados aislados son impotentes; de otra parte, saber y hacer saber que el riesgo cero no existe, y que lanzarse en una espiral represiva reposa sobre una apuesta perdida por anticipado. Cualquiera sea el rigor del control social siempre habrá un accidente, un atentado, un virus, que escapará a la prevención, pues es imposible protegerse de todos los males. Propia de las sociedades del miedo, esta espiral es tan amenazante de las libertades que, sometida a los automatismos de las nuevas tecnologías, ella parece escapar a todo equilibrio de poderes”. Por lo que declaraba preferir “la imaginación, que abre caminos; y no el miedo, que construye muros”, para encontrar así el justo equilibrio entre seguridad y libertad.