Para la liturgia de la iglesia el Adviento siempre fue un tiempo significativo, fuerte y de intensa espera de la venida del Señor que se renueva cada año en la Navidad.
Viene la palabra del latín “advéntus”, “venida” y surgió hacia el siglo IV en la tradición de la Iglesia Latina como preparación para la Navidad. Se divide en dos partes, una hasta el 16 de diciembre y otra del 17 al 24. En la primera, las profecías mesiánicas orientan hacia la venida escatológica de Cristo e invitan a la preparación de ese encuentro o con la muerte personal, o con el fin de los tiempos, con dos figuras centrales: Isaías y Juan el Bautista.
En la segunda etapa, la mirada se dirige hacia la venida histórica de Cristo actualizada ya en los ritos desde hace más de dos mil años, su personaje es María como figura protagónica, anticipada un poco en la solemnidad de la Inmaculada Concepción el 8 de Diciembre.
Toda venida del Señor, las tradicionales y en especial la que hace a diario en cada persona es luz de esperanza y de liberación; no es evasión de la realidad sino trabajo en la historia de cada uno. La esperanza es don pero se hace en cada ser vivo. Isaías anhela ya el cambio físico y espiritual. Ahora tendríamos que cambiar ya no las espadas y las lanzas, sino los aviones fantasmas, los tanques y fusiles, las minas y las metralletas por instrumentos de Paz. Que vuelvan los bueyes mansos con el guía tranquilo que los lleve lentamente por los arados. Hoy en nuestra América latina los campos están desolados, sin gente, sin labranzas y sin comida. Sólo se divisan todos los días caravanas innumerables de desplazados tanto por las fuerzas naturales, como por los enemigos de la patria. Es San Pablo el que nos invita desde ya a “despertar del sueño, a dejar la noche para tomar cada uno las armas de la luz” Que nos vistamos todos del Señor Jesucristo para que dejemos las obras de las tinieblas.
Hoy se aumentan los ejércitos y crecen las vigilancias privadas de lo externo pero sigue inerme el alma de los niños escandalizados ante el secuestro “desde antes de nacer”; criaturas que gritan que los dejen nacer, que no les hagan operaciones raras a sus mamás, ni hagan impotentes a sus papitos con la vasectomía, ni se repitan abusos en las iglesias, en las fuerzas armadas, ni en los educadores.
Vigilancia interna de la casa para que nadie grite ni atropelle a la mujer ni se le falte al respeto llevando personas ajenas a la fidelidad compartida.
Vigilancia en las vigas de las casas campesinas para que los hijos no se sigan colgando en ellas, por decepciones amorosas o fracasos económicos. Cada uno es el vigilante de su propio destino y artífice del mismo.
Que el Adviento no se confunda con el ruido, el gasto superfluo y el desvío de tradiciones milenarias. No es el tiempo para endeudarse en compras inútiles sino la etapa del compromiso serio de “Estar en vela, y de estar preparados” para que El Señor haga presencia, porque ya vino y está esperando que le abran para entrar y cenar con cada persona. Que sintamos la liberación de toda opresión, del odio, del síndrome del trabajo eficiente pero no efectivo. La preparación de la casa siempre es de acuerdo con el personaje que llega; en el caso cristiano es Jesús que quiere no sólo llegar, sino, habitar entre nosotros.