Esa frase aplica para demasiadas cosas en estos atribulados días: No está bien que la Ministra Abudinem siga atornillada al cargo y no asuma la responsabilidad política que le toca, no está bien que nos hayan acostumbrado a que el del puerto sea un problema eterno para (mal) gastarse anualmente miles de millones de pesos en contratos de dragado que valdría la pena auditar, no está bien que la voracidad caníbal que produce el dañino ego menoscabe posibilidades de encontrar alternativas reales al actual régimen con miras a las próximas elecciones, no está bien que en la ciudad valga más el aplauso socarrón que la crítica argumentada. No están bien muchas cosas; y a veces parece que fueran mayoría. Dentro de esas tantas, tampoco está bien lo que uno de sus protagonistas llamó “Lo más importante de lo menos importante”.
Desde hace buen rato, el fútbol no está bien. Transformado a golpe de billetera y exposición mediática en un soberbio negocio, el fútbol ha ido perdiendo arraigo local para concentrarse en la atención que despiertan, por ejemplo, el enorme contrato que vinculó a Messi con el París Saint Germán, el traspaso millonario de Romelu Lukaku al Chelsea, o los iguales cientos de millones de euros que pagó el Manchester City por Jack Grealish. Así mismo, es el fútbol noticia por la desaparición del histórico equipo Chievo Verona de la Serie A de Italia debido a problemas económicos, o por la precaria situación del otrora poderoso Barcelona que, aparte de no poder retener a su estandarte y de pedirle a sus capitanes que se bajaran el sueldo, está ahora enfrascado en una “guerra” con un adolescente de 18 años que no quiere renovar su contrato y al que amenaza con no dejarlo jugar un minuto si no lo hace.
Y si le damos una vuelta a lo del patio, el torneo colombiano deambula en una mediocridad deportiva y dirigencial que se refleja en el pobre nivel del torneo, la falta de interés de los aficionados, y un número preocupante de clubes mal organizados, sin recursos y sin gestión; con contadas apuestas a procesos de formación y muchas menos a procesos.
Las brechas son enormes: De un lado tenemos equipos-estado que se han convertido en multinacionales superpoderosas y ubicuas que acaparan la atención de medios y audiencia a punta de mantener artificialmente inflado un dirigible (ya eso no es un globo) con gas inflamable. Cuando llegue, y llegará, la chispa que lo encienda, puede que no quede nada más que despojos del otro lado, ahora empobrecido y mirado de soslayo, que representa el fútbol como deporte y catalizador social. A ese fútbol ahora oscurecido, del que casi nadie habla, que no vende camisetas ni se transmite en el canal Premium, puede que le terminemos confiando otra vez los afectos empeñados.
Eduardo Galeano lo avisó. Por eso vale la pena recordar que la dedicatoria de su “Fútbol a sol y sombra” se la hizo a aquellos niños que venían de jugar y cantaban: “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”.
Preocupa que no divierta.