El mero título de esta columna podría considerarse por los más radicales cultores de territorios, como una herejía cultural, una apostasía contra la identidad y sus rasgos más vernáculos que delinean la personalidad de los individuos, la figura de una comunidad. Y lo sería a partir del innegable reconocimiento que por décadas enteras se tiene de que, artesanía es solo aquello que se hace cien por ciento a mano, en desarrollo de una herencia de oficios que datan desde la precolombina región colombiana, para hablar solo de nuestro país, en manifestaciones como la alfarería, misma que evolucionaría al estadio de la cerámica, o de la tejeduría con una aparición mucho más tardía en tiempos de la post conquista española y que deja a territorios como Huila un legado extraordinario de tejidos desde los que nacieron símbolos perennes de identidad como los sombreros suaza o de pindo, y luego la finesa de la tejeduría de La Jagua. El hecho es que, si bien los alfareros precolombinos hacían sus vasijas solo con las manos y el amparo del fuego, luego se implementaron hornos eléctricos y más adelante a gas, para mejorar el proceso de cocción. Así mismo, los engobes de colores que la arcilla de forma natural contiene, evolucionarían hacia la formulación de pastas y esmaltes desde cuyo uso, se obtienen obras de admirable calidad, estética y gusto. Y en tejeduría, las recuas y telares aparecieron para superar el rudimentario proceso de extracción de la fibra, por ejemplo, de plátano y luego hacer las madejas que la técnica del telar utiliza par hacer más eficiente y fino el entrecruce de los hilos.
Y miremos el tema de los sombreros de suaza, o Suaceño, como se le conoce a tan emblemática creación nacida en los municipios de Suaza, Acevedo y Guadalupe, la cual mantiene de forma preponderante un proceso manual; sin embargo, es entendible que ya en el mismo santuario de su creación, el municipio de Suaza, existe una máquina que coadyuva a dar un acabado de alta calidad, mejorando la tradicional técnica de la golpia, como dice los artesanos del lugar, haciendo que cada sombrero luzca aún más fino de lo que ya es. Es pertinente destacar cómo en este tipo de implementaciones tecnológicas, ha estado y seguirá estando, la presencia de un proceso de arquitectura o diseño tanto de la máquina que facilita y optimiza la elaboración del producto, como de la concepción de este último, pensando en la satisfacción de un mercado; es decir, una relación artesano – diseñador; experiencia práctica – academia, para dar mejores y mayores frutos.
La reflexión lleva inexorablemente a la necesidad de considerar los paradigmas de modernidad de la oferta y el consumo, en donde aspectos ligados a la producción como son: programación digital y fabricación en serie, están indicando que los elementos esenciales de la artesanía, al ser concebida desde este binomio, logra mantener los elementos esenciales de su origen y tradición, tanto por que incluso la tecnología y el diseño puede generar patrones para crear piezas únicas, como por que los materiales siguen siendo los más vernáculos con los que generaciones enteras han ejercido el oficio en el marco de un saber popular. Considero que hace mucho bien a las autoridades públicas como a los propios artesanos, sumarse a un movimiento que ya lleva al menos dos décadas en América Latina, ocupándose de estudiar lo que podría ser, no una transición sino una mixtura entre lo tradicional y las exigencias del mercado moderno, en donde la implementación del diseño, la tecnología digital y el marketing, se unen para lograr mantener identidad, elevar el nivel de ingresos y de vida de los artesanos, y satisfacer la demanda en diferentes latitudes del planeta, citando por ello investigaciones tan importantes como la denominada: Artesanía en Latinoamérica: Experiencias en el contexto de la Fabricación Digital, escrita por Pablo C. Herrera Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, Perú, cuyas tesis en la materia invito a mis lectores a conocer.
