Con la consolidación de tres grandes coaliciones empezó la campaña electoral presidencial que elegirá al sucesor de Iván Duque.
La aguda crisis que agobia a los colombianos, crisis que tiene manifestaciones económicas, sociales, políticas, culturales, ambientales…, es decir que toca todos los ámbitos de la vida cotidiana de los colombianos, ha herido de manera grave el viejo andamiaje de poder de las élites colombianas.
Es indudable que, con el pésimo e incapaz gobierno de Duque la oligarquía enquistada en los partidos tradicionales liberal y conservador, con sus novísimas variantes partido de la U, Cambio Radical, Centro Democrático, Justa Libres, etc., agotó el mecanismo de reproducción del poder a través de empresas electorales de corte personalista cuyo instrumento predilecto es la compra de votos (subsidios, dinero, contratos, puestos, becas, tamales, tejas, ladrillo…).
El efecto inmediato es el desprestigio de los partidos políticos tradicionales, que de contera golpea también a las nuevas banderías políticas. Un comportamiento social que tiene un doble aspecto: positivo y negativo. El primero, porque extrae del imaginario popular la dominación política e ideológica de las viejas concepciones de las élites, pero que, también dificulta a la ciudadanía construir las nuevas organizaciones para llevar a la práctica sus propias aspiraciones. Sin organización no hay nada. Es imprescindible construir los nuevos liderazgos.
La política nacional se ha polarizado entre dos extremos, el uribismo y el petrismo que se fundan en el principio de la negación del contrario. Ambos son herederos de la violencia fratricida que por 50 años impidió que Colombia encontrara el camino de la lucha política democrática que, permitiera desterrar la cultura de la muerte. La justificación de prácticas de violencia estatal, o guerrillera, que terminó degenerando en formas delincuenciales de hacer política: las desapariciones de contrarios, el asesinato personal, los falsos positivos, el secuestro, la extorsión, el genocidio…, han significado un costo social inmenso.
No comprenden que, en un mundo en crisis sistémica, sin la unidad de la mayoría del pueblo colombiano y, hablamos de 95% o más de los colombianos, no se podrá construir un país que alcance los altos niveles de desarrollo que permitan resolver las necesidades de las mayorías ciudadanas. El comienzo es el acuerdo de paz.
De allí que, el surgimiento de la tercera opción, la Coalición Centro Esperanza es tan importante. Es comprender que, en esa tarea de unir a Colombia, no se puede aislar a ningún sector o clase social que tenga raíces nacionales. No importa que contradicciones sobrevengan del pasado reciente o lejano. El propósito de modernizar a Colombia es una meta de las mayorías; con una parte sustancial por fuera de los acuerdos, las dificultades serían inmanejables y perpetuarían el estado de inestabilidad heredado de las élites que abrazaron el neoliberalismo depredador.
Este va a ser el tono de la campaña electoral que está iniciando. Preparémonos para el debate.