El anhelo de la sociedad mundial es que, en la cumbre ambiental que se está llevando a cabo en la ciudad escocesa de Glasgow, se empiecen a generar consensos con todos los líderes del mundo para frenar el avance del calentamiento climático en el globo terráqueo. La COP26, no puede convertirse nuevamente como ha sucedido en otrora, en un escenario de citas de promesas por cumplir. El problema es que los fallos de todos los países sin excepción nos alejan de este sueño que tiene muy preocupado a la comunidad internacional, por las diferentes transformaciones climáticas que se están presentando en el planeta. Esto no es un juego. Está de por medio la supervivencia de los seres humanos. Nos exigen solidaridad, pero la geopolítica se ha construido de manera que eso sea cada vez más complejo, la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero.
Y es que detrás de la amenaza existencial que se cierne sobre la humanidad hay un complejo engranaje de intereses económicos y políticos relacionados, por una parte, con la enorme paradoja entre países ricos y pobres que entrañan los desastres ambientales que se han venido sucediendo por el calentamiento global. Hay varios retos que generan desesperanza al pensar en la emergencia climática. El primero es que se trata de un problema profundamente desigual: quienes más contaminan no son aquellos que más sufrirán los efectos de ese comportamiento. El segundo es que necesariamente implica dinero, mucho dinero.
El tercero es que requiere, que la voluntad política sea capaz de cambiar sus objetivos de corto plazo por una visión de largo plazo difícil de imaginar y vender a electorados enardecidos por el populismo. Por eso en el pasado han fracasado los acuerdos climáticos, el Acuerdo de París no ha dado los resultados esperados y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), en Glasgow (Escocia), está en riesgo de fracasar. Aun así, no tenemos otra opción que insistir. El futuro del mundo está literalmente en juego.
Con la asistencia de la plana mayor en el área ambiental, encabezados por el presidente Iván Duque Márquez, el Estado colombiano llega en una posición también compleja. De manera acertada, han buscado posicionar el país, desde el discurso, a la vanguardia de enfrentar la emergencia climática. Eso debe servir para formar un bloque unido con las naciones del sur global y obtener recursos por compensaciones ambientales. Sin embargo, la política pública está muy quedada. Colombia tampoco ha mostrado la voluntad política de tomar las difíciles decisiones, con la urgencia adecuada. No hemos puesto el dinero donde están nuestras promesas.
