Jaime A. Arrubla
Hace algunas semanas nos ocupamos del caso de un recluso que pide se le aplique la eutanasia, para terminar con los graves padecimientos que le quedaron como secuela de una operación policiva. Al no atender el “pare” ordenado por una patrulla, le dispararon impactando su espalda y como consecuencia quedó parapléjico; en la hacinada celda donde fue recluido, fue dejado en el baño varias semanas y se le infectaron las heridas, ahora se le ven hasta los huesos y con este padecimiento no quiere seguir viviendo.
Ahora, debemos registrar otro aterrador caso que avergüenza la forma en que opera nuestra institución policial con los delincuentes. Se trata de Juan Pablo González Gómez, el presunto violador de Hilary Castro en Transmilenio. Detenido en las celdas de la URI en Puente Aranda, se dice que fue condenado a muerte por dos policías y seis personas privadas de la libertad, el recibimiento en las hacinadas celdas fue el siguiente: “Lo tiraron al piso y estas seis personas, al mando de alias el Tío, alias Derby y alias Junior, lo cogieron a patadas… Alias Blacho, que es el más sanguinario de todos, le saltaba en las costillas hasta partirlas, y alias Jeferson le pisaba la cabeza a Juan Pablo”, advierte el testimonio que se encuentra en poder de la justicia, revelado por un medio de comunicación.
Según se ha conocido, los dos policías que lo custodiaban fueron quienes lo llevaron a sus verdugos y permanecieron observando cómo se cumplía la condena de muerte que le habían impuesto los bárbaros, después de un juicio sumario, anómalo, sin garantías. Todo parece indicar, que el ajusticiamiento es una rutina para los sindicados de delitos sexuales. Medicina Legal confirmó que la muerte fue violenta, tipo homicidio, y las lesiones fueron tan brutales que prácticamente lo destrozaron por dentro. Tenía heridas, golpes contundentes en el tórax, el abdomen, el cuello, la cara y la cabeza. Todas contribuyeron a una hemorragia interna que en minutos lo dejó sin vida.
No solo es el hacinamiento, son los caciques, “las plumas” de las cárceles, los que las convierten en un infierno dantesco y tenebroso. Rige la ley del silencio y los demás reclusos no pueden contar lo sucedido so pena de correr suerte similar. Qué vergüenza humanitaria lo que sucede en nuestro país con los centros de reclusión. Sin duda Juan Pablo entraba a este círculo del infierno por un crimen horrendo, pero el Estado le respondió con un procedimiento bárbaro y peor; y toleró que le aplicaran la pena de muerte.
Insistimos, de lo peor que tenemos en Colombia es el sistema carcelario. Nada hemos hecho por la libertad, por la tal Colombia humana, si continuamos con este sistema perverso en que se han convertidos los centros de reclusión de los delincuentes. Si queremos hacer justicia social y respetar los derechos humanos, empecemos por repensar todo el sistema carcelario.