Jiang Zemin, ex presidente de China, quien ascendió al poder tras las protestas de la Plaza de Tiananmen, ha fallecido este miércoles a los 96 años a causa de una leucemia, según han informado los medios estatales del gigante asiático. El político que también fue secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) entre 1989 y 2002 y presidente del país entre 1993 y 2003, ha fallecido a causa de un fallo multiorgánico en la ciudad de Shánghai, tal y como ha recogido la agencia china de noticias Xinhua.
El ex presidente fue el responsable de introducir el concepto de “economía socialista de mercado” durante un congreso del partido en 1992 y el responsable de supervisar la transferencia de soberanía de Hong Kong y Macao de manos de Reino Unido y Portugal en 1997 y 1999, respectivamente. Nació en la localidad oriental de Yangzhou en 1926 y fue nombrado secretario general del PCCh en 1989, año en el que también tomó las riendas del país, aunque no fue nombrado presidente hasta 1993.
La prensa local recuerda hoy que la última aparición pública de Jiang Zemin se produjo el 1 de octubre de 2019, con motivo del Día Nacional y la celebración del septuagésimo aniversario de la proclamación de la República Nacional China. El mandato estuvo marcado por la continuidad con el aperturismo económico iniciado por su predecesor y mentor, Deng Xiaoping, así como por hitos como la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 o la consecución de los Juegos Olímpicos de 2008 para Beijing, aunque también por la persecución a la secta religiosa Falun Gong.
Además, lideró el “boom” económico del país asiático en la década de 1990 pero dejó manchas en su historial, como el auge de las desigualdades y la corrupción, los presuntos abusos en la región del Tíbet o su polémica batalla contra la organización Falun Gong. Pragmático y moderado como pocos, lo que hizo que sus críticos le dedicaran ácidos apodos como “el Florero” o “la Veleta”, acabó siendo más popular fuera que dentro de su país, gracias, entre otras cosas, a que fue uno de los pocos líderes comunistas que hablaba inglés con fluidez en unos años en los que China buscaba irrumpir con fuerza en el mundo, todavía de forma generalmente amable.
A su popularidad le ayudó cierto aire caricaturesco, pues a su peculiar aspecto, con esas inconfundibles gafas de pasta oscura, se le unía una curiosa querencia por cantar y bailar en actos oficiales, a veces delante de jefes de Estado y Gobierno, como en sus recordados valses con las estadounidenses Laura Bush y Condoleezza Rice.
Fui incluso capaz de romper inesperadamente el habitual hieratismo gris de los dirigentes comunistas hasta el punto de sacar un peine del bolsillo y acicalarse frente al público, como hizo en una visita oficial a España en 1996, al lado del entonces rey Juan Carlos I.
Miembro del Partido Comunista de China (PCCh) desde su juventud, Jiang se formó como ingeniero eléctrico en Shanghái y llegó a trabajar en la Fábrica de Automóviles Stalin de Moscú en los 50. Shanghái no sólo fue su alma máter sino también el bastión desde el que ascendería al poder, primero como alcalde y después como secretario general del PCCh en la ciudad, cargo que atesoraba cuando en 1989 estalló el movimiento de protesta de Tiananmen.
Esa crisis supuso la purga de muchos líderes reformistas de la época que mostraron simpatía por los estudiantes, pero el político le ayudó a ascender gracias a la percepción de que supo lidiar mejor con los manifestantes que también hubo en Shanghái. Mientras en Beijing miles de personas acabaron siendo reprimidas sangrientamente por el Ejército, en la urbe oriental las protestas fueron escasas y se apagaron sin sacar los tanques.
Finalmente, esto ayudó a que Jiang, hasta entonces casi un desconocido, fuera designado por Deng Xiaoping como secretario general del PCCh a finales de junio de 1989 en sustitución del purgado Zhao Ziyang, un cargo que mantendría hasta noviembre de 2002. Visto en los primeros años como un líder de transición y a la sombra de Deng, Jiang fue fraguando una imagen de líder solvente que benefició a una China necesitada de reconocimiento y estabilidad.