DIARIO DEL HUILA, CIUDAD
Por: Hernán Galindo
Chontaduro, palabra de origen quechua, desata un apetitoso recuerdo para los miles de neivanos que son fieles consumidores de este producto tropical. Lo han degustado con sal o miel en una de las varias ventas de carreta o ambulantes que cada tiempo de cosecha, dos en el año, se apropian de andenes y calles de la ciudad.
O hay quienes son verdaderos fanáticos de la ‘mota de dulce’ o ‘algodón de azúcar’ y compran el racimo para cocinar el fruto en casa y comerlo a placer, compartiendo con familiares y amigos, y de paso ahorran unos pesos.
“Lo busco al detal en cualquier lugar del microcentro. Cuando hay oferta, se encuentra en toda esquina. O, como hoy, vengo por un ramillete completo. Me sale algo más barato y alcanza para más días y más personas”, afirma Filomeno Pulgar, orillado en su moto en el separador de la carrera segunda entre calles sexta y octava de Neiva, donde se venden racimos.
Procedencia
También conocido como cachipay (Bactris Gasipaes, tiene más de 300 nombres en el mundo… pifá, pibá) llega a los neivanos viajando del Caquetá, Putumayo, Los Llanos Orientales y El Tambo, Cauca.
De allá lo trae en su camioneta Pradio Valencia, para venderlo en racimos (junta de 75 a 300 pepas y puede pesar hasta 12 kilos) o al menudeo en cualquier lugar con público.
Lo encontramos en una céntrica calle de la capital del Huila, acompañado de un ayudante, Milton, que le sirve para despachar con rapidez, previendo la presencia de la Policía, “que nos saca corriendo dizque por invadir el espacio público, cuando lo que nosotros necesitamos es trabajar y darle gusto a la gente”.
Por el clima favorable, El Tambo, a dos horas de Popayán, es el primer municipio productor nacional de chontaduro, con más de 3.000 hectáreas, tanto que la palma, de hasta 20 metros, crece silvestre.
“Es el mejor, más tierno, jugosito, trae grasita por dentro y el color”, cuenta, tras lamentar que gran parte de la producción nunca alcanza el mercado por falta de vías y canales de comercialización, “siendo alimento para animales o se pierde”.
En los meses de recolección, la primera tanda, enero-abril, en el segundo semestre del año, ingresan constantemente camiones cargados a Surabastos. La demanda es muy grande, es mucho el consumo local.
“Un producto apetecido, que aguanta el clima, estar al aire libre y a todos encanta por el sabor y buen precio”, manifiesta Teófilo Campaz. Mueve la economía local. Gana el transportador, el mayorista que distribuye a minoristas, que a la vez lo cede a pequeños expendedores callejeros, agrega.
“Hay que traer gran cantidad por el costo del transporte y lo barato del producto, para que se justifique”, dice Fermín Segura, quien viene de los Llanos, “porque por ahora está más económico traerlo de por allá”.
De la Central de Abastos, intermediarios llevan los racimos a garajes, pequeños locales o a separadores de la vía junto a la antigua Galería Central, hoy, Plaza Cívica, para entregarlo a revendedores, minoristas o a quien quiera llevar pepas en cantidad.
Venta callejera
El chontaduro, cuya unidad cuesta en promedio 200, 300, 500 y hasta 1.000 pesos, es una pepa carnosa con forma de globo que varía de los colores rojo, naranja y amarillo, “pero el sabor es el mismo”, asegura Milton Espitia, comprador en la esquina vecina a la Alcaldía, lugar de amplio desplazamiento de eventuales clientes.
Que a la ricura y a tantas propiedades que se le atribuyen, además se pusiera a rodar que es afrodisiaco no sobraría, comentamos en un puesto de venta.
“Por el contrario, sería un buen gancho. Poner a rodar que es potenciador sexual o viagra de los pobres”, comenta y se ríe de la ocurrencia Fabián Perdomo, mientras pide un paquete para llevar. De reojo mira con picardía a la mujer que lo acompaña, que devuelve una cara cómplice, con algo de vergüenza, cuando los presentes voltean a mirarla.
“Doña María”, llamamos a una mujer, a la que le calculamos más de 45 años, que, sentada en un taburete, detrás de una mínima mesa, atiende clientela en la carrera quinta, nada más y menos que frente a la Cámara de Comercio. “Empiezo a trabajar después de las 10 de la mañana y me voy a las 6 o 7 de la tarde, eso varía de la venta, el día, el clima, la gente y el cansancio”, cuenta.
Con cuchillo en mano, tapabocas mal puesto, pela cachipay, les echa sal y se da las mañas para recibir el pago y dar vueltas. “¿Qué se necesita para preparar un buen producto?”, le preguntamos, al romper.
“¡Qué se va a necesitar, nada. Normal!”.
“¿No hay secretos, fórmulas ni misterios?, insistimos. “Nada. Agua, sal y una olla, es todo lo que se necesita para cocinar el chontaduro”, responde y sigue en acción.
Si la olla es a presión, se requerirá de una hora aproximadamente, si no lo es, el tiempo de cocción va de dos a cinco horas, según se quiera más o menos duro, averiguamos en un libro de comida criolla.
Una vez cocinado, se pela, se parte y se come. “Lo más común es aplicarle sal y miel, pero también hay personas, conozco un amigo, que le bota gotas de limón. Dicen que hay regiones en las que le echan leche condensada y hasta vinagre”, aporta a la charla un comensal.
La semilla, una pequeña pepa redonda, no es comestible acá en Neiva, cuentan. Porque hay que partir la cáscara primero, que es muy dura, para sacar la especie de coco que tiene adentro. Jamás se ocurra intentar romperla con los dientes.
Le preguntamos a doña María que hace con la cáscara y la pepa, pero no responde. Se alza de hombros, desinteresada, pero se sabe que hay casos en los que se da de alimento a animales, especialmente cerdos.
En la capital del Huila, el chontaduro se pela y come. Pocos negocios ofrecen jugo. En Cali, ‘mire, vea’, principal consumidor nacional del producto, se ofrece en cholao, helados, energizante natural o gelato.
Habla la comunidad:
Fermín Hernández, vendedor: “Los compro cocinados porque no tengo tiempo de hacerlo. Un día bueno, vendo tres o cuatro racimos”.
Sara Ruiz, vendedora: “Ahora estoy aquí, a la sombra, debajo de la sombrilla. Pero, usted puede imaginar el calor que hace después de mediodía. Es mucho ‘joderse’ por 30 mil pesos”.
Lunio Ruiz, comprador: “Soy hincha del chontaduro. Me gusta mucho. Con sal y una gaseosa. Estoy siempre pendiente de la cosecha”.