AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Colombia está que arde. Frase que puede resumir en pocas palabras, todo este agigantado mar de situaciones que en lo político, social, económico y de medio ambiente nos ocupa en los actuales momentos, cuando la gobernabilidad sufre las consecuencias de sus detractores y desde la misma institucionalidad heredada de otros gobiernos, se constituye en formas de entorpecer y minimizar los procesos que actualmente se llevan adelante.
El señor Presidente clama por su gobernabilidad y es ostensible que la desidia con la que se vienen adelantando los procesos de control y vigilancia de la actualidad, tienen un orden del día de primer lugar y por tanto, es el desprestigio del gobierno lo que se busca, ante el cúmulo de actuaciones y de hechos de control que vienen de vieja data y que no se mueven o que permanecen en los anaqueles a la espera de la prescripción o caducidad de las acciones.
Sin embargo, la debacle de los incendios como consecuencia del fenómeno del niño y de la forma como se viene destruyendo parte de los recursos naturales, tanto por acaso del destino, por manos criminales o bien por la misma situación de la suma de unos y de otros, hacen que veamos desde la capital ver los cerros y en muchas poblaciones de Colombia, veamos como hectáreas de tierra cultivadas o en rastrojos, sufren las consecuencias de incendios, para los cuales, el país no estaba preparado.
Y se le suma a ello el hecho de que cierto sector de partidarios de la oposición, pongan el grito en el cielo, para advertir que los recursos de la nación no han sido utilizados en debida forma y que no haber ejecutado cerca del ochenta por ciento del presupuesto del 2023, es la causante de que la tragedia cobre dimensiones antes desconocidas. Consideramos que es injusto pensar y querer ahora arropar y enrostrar a la administración por el manejo mesurado de sus recursos en la proyección de los desastres en la unidad de riesgo encargada de prestar oportuna atención a los mismos.
Estimamos que el país no puede seguir a la deriva. Que si bien es cierto en gran parte de este desastre natural que vivimos, hay manos criminales, no lo es menos cierta que la impericia, imprudencia y falta de cuidado de nuestros recursos naturales, es parte de esa pandemia que nunca descansa en el proceso de construcción de conciencia ciudadana que es hora de rescatar y poner en el orden del día.
Además que Colombia esta que arde, es una realidad que no escapa a esa cultura que hemos tenido siempre de patrocinar la diatriba y el autoengaño de pensar que en una u otra estructura política de gobierno, estamos mejor que otra, cuando en todo momento, las políticas sociales han fracasado, cuando el orden de protección y cuidado de los recursos públicos ha quedado en manos de funcionarios que han aprovechado su cuarto de hora en la administración y no ha habido, o hasta el momento, no se ha presentado el verdadero control fiscal y disciplinario que se corresponde, por estar pendiente a toda hora y momento de unos y de otros, de desprestigiar al gobierno nacional que ahora nos regenta, antes que combatir la corrupción de otros gobiernos que nos han antecedido.
Que haya controles es una realidad. Pero que haya mesura y verdadera trascendencia en las decisiones que se ventilen a la opinión pública en la construcción de una sociedad de trasparencia y equidad, es otra. Colombia requiere un cambio en todo sentido y no podemos ser ajenos a dicha exigencia y a dichos controles, cuando todos tengan una finalidad y un principio de razón y de lucha contra los flagelos que arden la polarización política radicalizada entre derecha e izquierdas y que parece que quieren disociarlas de nuestra realidad social otra cosa estaremos proponiendo en la construcción del país que queremos.
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