Diario del Huila

Colombia: sin esperanzas y sin futuro

Abr 30, 2022

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Amadeo González Triviño

Es desalentador el panorama social y económico nacional. A cada instante solo encontramos en el horizonte, una desesperanza total, estamos presenciando un desmoronamiento institucional que no ofrece alternativas de recuperación y que por el contrario nos convoca silenciosamente a la resignación y a la creencia en las cosas más insólitas e insospechadas que otrora, solo eran parte de la magia, de la hechicería, de la brujería, de la religiosidad o de los extremismos ideológicos.

Ser testigos y pensar que no podemos dar fe y testimonio de lo que hemos visto o de lo que sabemos, sino en la medida y en la condición de que nuestra convocatoria a los estrados de la historia, sea para ubicarnos a favor o en contra de aquellos que son de nuestro afecto o de aquellos hechos de los que somos cómplices, es parte de una realidad a la que no podemos escapar cuando nos negamos a cumplir con el deber y la función social que tenemos de ayudar a otros a alcanzar el reconocimiento de la verdad y hacer que todo lo que sea justo y se aproxime en gran medida a ese estadio que siempre buscamos en la convivencia social.

Todos los colombianos hemos presenciado en estos días, la forma descarnada como muchos militares han sido salpicados por jefes de organizaciones criminales y, otros tantos que como delincuentes que han sido capturados abusando de sus funciones y nunca se sabe de las sanciones o condenas en su contra. Amén de todo este proceso, hemos escuchado de la voz de muchos de aquellos que fueron condecorados y ascendidos en sus cargos y méritos y reciben sus pensiones del Estado, que por complacer a sus superiores se convirtieron en asesinos, que acabaron con la vida de gente humilde, de trabajadores y campesinos que desde el momento en el que eran abordados, sufrieron una sentencia a muerte, y fueron vapuleados en sus derechos, sin razón y sin justificación alguna, que la de alcanzar un mérito o un reconocimiento del victimario.

Y aun así, seguimos teniendo visiones en conjunto de una Colombia que se desmoronó en sus instituciones especialmente en aquellas que deben profesar el más alto reconocimiento y valoración de la justicia y de la defensa de las garantías y los derechos constitucionales que se han pregonado como derechos fundamentales de los ciudadanos.

Es triste tener que exigir el derecho a la libertad, es triste tener que exigir el derecho a la opinión, el derecho a reclamar la protección de los derechos mismos. Un Estado que pese a tener principios y conceptos claros de solidaridad, de convivencia pacífica y de respeto al otro y exigir ese respeto del otro, o que no permite la protesta, no permite el reclamo, no permite la búsqueda de protección dentro de los límites garantista de los derechos ciudadanos, es una sociedad que no tiene forma de consolidarse con el paso el tiempo, sino que demuestra que es endeble, es individualista y finalmente que es autodestructiva de su propio núcleo social.

Escuchar de militares retirados que fueron convertidos en máquinas de la muerte, que día a día, se suman masacres donde la estrategia de combatir el crimen legitima el asesinato o la pérdida de vida de menos de edad o donde se cuestiona que en el confín de la montaña se hagan fiestas o bazares que duran dos o tres días y sin descanso se bebe y se disfruta o se comparte con los vecinos o allegados, es parte de una estrategia de la guerra, de la tiranía y de las formas del desconocimiento de lo que es y constituye el entorno de comunidades olvidadas y segregadas por la pobreza, la miseria y el abandono del Gobierno Nacional.

Estamos en guerra y no queremos reconocerlo. No queremos aceptar y son los buenos contra los malos, sin importar que se utilice un uniforme o una decisión judicial o una pantomima del poder en cada bando, en cada grupo confrontado, para perpetuarnos en medio de una campaña política donde los corruptos se unen para luchar contra la corrupción, cuando han vivido de ella y han hecho parte de la forma como el país se ha descuartizado y se ha vuelto añicos en medio de una paz que no hemos saboreado y que está distante de alcanzarse por la forma de la polarización de todos los sectores, al no aceptar y reconocer que ha llegado la hora de unir esfuerzos para un cambio que ha de tardar otros doscientos años en llegar, pero que tarde o temprano, en esta o en la otra vía, algún día podamos encontrar.

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