Por: Álvaro Hernando Cardona González
En reciente edición de un diario nacional, se publicó un artículo que comparte unas posiciones antagónicas en materia de conservación ambiental de áreas estratégicas: la que considera que la eficaz y eficiente protección de estas se hace con cero presencia antrópica (salvo aquella necesaria para inversiones ambientales o investigación científica), y aquella que ahora plantea que la presencia de humanos no significa per se una presión o un impacto ambiental. Cabe advertirle a los lectores, que hemos sido defensores de la primera posición, a lo que agregamos que lo hacemos porque la abordamos desde la perspectiva de eficiencia y eficacia.
En el artículo, escrito por María Paula Lizarazo, para El Espectador, se plantea el debate así: ¿se puede conservar la selva, toda su riqueza en biodiversidad, asimilando que en ella viven personas? Nosotros ampliamos ese debate, porque creemos que la situación de la selva tropical, y para el caso del artículo citado, del Amazonas, se puede aplicar a los páramos, los nevados, las áreas estratégicas de conservación hídrica (por eso deben ser adquiridas por los municipios y departamentos) y, los parques nacionales y regionales; son áreas estratégicas para los seres vivos.
De la segunda posición son defensores Daniel Aristizábal, coordinador de Amazonas de Amazon Conservation Team (ACT), quien sostiene que de hecho, “parte de lo que se sabe sobre la formación de la Amazonia en los últimos 10.000 años es que su complejidad y riqueza no serían lo que es si no hubiera humanos en ella”. Lo argumenta sobre la creencia de que a lo largo de miles de años los basureros orgánicos de las anteriores poblaciones humanas permitieron la acumulación de nutrientes esenciales y carbón vegetal que propician la biodiversidad y la productividad de las regiones durante mucho tiempo. Cree que con eso casi todos los pueblos indígenas lo que han hecho es dispersar semillas.
También Wildlife Conservation Society (WCS), admite esta posibilidad, y cree que se deben adelantar esfuerzos por impulsar lo que llaman bioeconomías en áreas protegidas, donde serían actores claves pobladores específicos: los indígenas y los campesinos.
Esta es una gran discusión, porque lo que está en ciernes es la posibilidad de reforzar el alcance del desarrollo sostenible. Que además implicaría, lo cual es razonable, el reconocimiento de los avances científicos y técnicos de la humanidad para dar eficaz manejo de los impactos ambientales que generan las obras o proyectos humanos. Y también haría revaluar cobardía (falta de valor institucional) de cumplir las normas ambientales.