La comunidad científica de algunos países del mundo, coinciden que solo el 5% del accionar del hombre contribuye a la crisis climática que actualmente está afrontando la humanidad. El resto, el 95% es producto de la naturaleza porque desde hace más de 2,5 millones años, se han presentado aproximadamente 20 eventos desestabilizadores del clima, como el que hemos estado padeciendo actualmente durante la última década. El anhelo de la sociedad mundial es que, en la cumbre ambiental que se está llevando a cabo en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij, se empiecen a generar consensos con todos los lideres del mundo para frenar el avance del calentamiento climático en el globo terráqueo. La COP27, no puede convertirse nuevamente como ha sucedido en otrora, en un escenario de citas de promesas por cumplir. El problema es que los fallos de todos los países sin excepción nos alejan de este sueño que tiene muy preocupado a la comunidad internacional, por las diferentes transformaciones climáticas que está presentando en el planeta.
Lo anterior no es un juego. Está de por medio la supervivencia de los seres humanos. Nos exigen solidaridad, pero la geopolítica se ha construido de manera que eso sea cada vez más complejo, la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero. Lo extraño es la ausencia de los países que más CO2 aportan al planeta, Estados Unidos, China y Rusia.
Y es que detrás de la amenaza existencial que se cierne sobre la humanidad hay un complejo engranaje de intereses económicos y políticos relacionados, por una parte, con la enorme paradoja entre países ricos y pobres que entrañan los desastres ambientales que se han venido sucediendo por el calentamiento global. Hay varios retos que generan desesperanza al pensar en la emergencia climática. El primero es que se trata de un problema profundamente desigual: quienes más contaminan no son aquellos que más sufrirán los efectos de ese comportamiento. El segundo es que necesariamente implica mucho dinero.
El tercero es que requiere, que la voluntad política sea capaz de cambiar sus objetivos de corto plazo por una visión de largo plazo difícil de imaginar y vender a electorados enardecidos por el populismo. Por eso en el pasado han fracasado los anteriores acuerdos climáticos. Aun así, no tenemos otra opción que insistir. El futuro del mundo está literalmente en juego. Colombia aporta solamente el 0,2% al cambio climático del mundo. Por este motivo es destacable el decálogo de propuestas que presentó el presidente Gustavo Petro ante la plenaria del evento, pero que se convierte en otra expresión al aire en búsqueda de brindar soluciones a esta crisis climática. Pero vale la pena seguir insistiendo. Algunos sectores expertos en esta área plantean que este flagelo debe contrarrestarse con la descarbonización de todas las actividades económicas del mundo.
