ALFREDO VARGAS ORTIZ
Orgullosamente Docente Universidad Surcolombiana Doctor en Derecho Universidad Nacional de Colombia
Esta semana en clase, una estudiante me planteó que en Ecuador existía una iglesia con una bóveda en oro y que cuando un joven intentó robar una bisagra del mismo, en el pueblo decidieron cortarle las manos, y que desde esa fecha nadie se volvió a atrever a robar en ese municipio.
Estábamos analizando los 12 pilares de la Ley fundamental del Sacro Imperio Romano Germánico y les explicaba que el deber de paz, en el imperio se hacía respetar incluso ordenando que el noble que se opusiera fuese descuartizado por cuatro caballos, de allí que mi estudiante considerara que cortarles las manos a los ladrones fuese correcto y adecuado para este delito.
Obviamente me sorprendí, pues la explicación de la paz del Sacro Imperio Romano Germánico se construyó hace 700 años en un territorio donde gobernaba la barbarie y no había ocurrido el movimiento humanista inspirado en Giovanni Picodela Mirándola, Erasmo de Róterdam, Miguel Ángel, Tomas Moro y otros tantos que pusieron de presente la teoría humanista que pone al hombre como centro de cualquier reflexión teórica, filosófica e incluso política y en la que el poder del Estado debe y tiene que ser creado para el beneficio de las personas.
Mi reflexión fue tajante en términos de recordar que son otros tiempos, que han pasado más de 200 años del libro de Cesar Beccaria De los delitos y de las penas, que reflexionó sobre la necesidad de garantizar el debido proceso y superar la inquisición y la justicia de los juicios de Dios, y de obviamente los castigos físicos tan exacerbados en la Alemania Nazi que inspiró la declaración Universal de Derechos Humanos del 9 de diciembre de 1948.
La vida, la dignidad como bien insustituible, el respeto al debido proceso y las garantías fundamentales al mayor delincuente que hemos tenido en Colombia, (Me refiero a Garavito), pues incluso en la discusión la estudiante me indagó sobre si estaría de acuerdo en matar a este siniestro personaje, y mi respuesta fue contundente, nunca lo haría, pues es el Estado a quien corresponden imponer el castigo a este salvaje, pero ante un acto salvaje la respuesta es la civilización que ha impuesto el desarrollo del humanismo y las obligaciones que se imponen en una sociedad moderna y desarrollada.
La pena de muerte hay que quitarla de Colombia, decía un campesino cuando se le preguntaba si estaba de acuerdo con ella, y estoy de acuerdo con él, en Colombia nos hemos dado la desgracia de acabar en un año con más de 28 mil ciudadanos violentamente tasas de 180 muertos por 100 mil habitantes en algunas ciudades, en el año pasado murieron más de 13 mil, por ejemplo.
Que, en la mente de un estudiante, sea viable cortarle las manos a un ladrón, es una muestra de que hemos perdido el camino del humanismo, del respeto a la vida, de años en los que muchos incluso dieron la vida por la garantía de sus derechos, debemos profundizar por el lenguaje del respeto a la vida de por sí, como seres humanos iguales, en dignidad y derechos, como seres que sienten y que aman a su prójimo en la diferencia y en la tolerancia, inspirados en la solidaridad y la dignidad que tanto profesa nuestra constitución.
