Luis Guillermo Vélez Cabrera
Abogado
Todo es cuestión de confianza, como cuando el consultor político James Carville le decía al candidato Bill Clinton que todo en esa campaña presidencial de 1992 era sobre la economía, estúpido (“It’s the economy, stupid”).
Y eso, en este gobierno colombiano que empieza, es exactamente lo que falta: confianza.
El ataque sistemático al sistema productivo que se ha anunciado por diferentes frentes -el tributario, el agrario, el de infraestructura, el de vivienda, el sanitario y el de comercio exterior- hacen que esto no pueda ser de otra manera. Los empresarios están en lo más cercano a un pánico y, cómo su forma de protestar no es quemando buses, ni vandalizando las ciudades, si no sacando la plata del país calladamente, pues eso es lo que están haciendo.
La brutal devaluación de la moneda de los últimos meses lo demuestra, así el aprendiz de caudillo que nos gobernará desde el próximo 7 de agosto, insista (en lo que será un sello de su mandato), en que la culpa es de alguien más.
Pero pocos de los que realmente saben se llaman a engaños. La reversión de flujos a los Estados Unidos debido al aumento de tasas por parte de la Fed es una razón por la cual las monedas de muchos países se han devaluado, pero no en la magnitud en que lo ha hecho el peso colombiano. Nuestra categoría está por los lados de Turquía, Líbano y Argentina: países al borde de una crisis de balanza de pagos.
Normalmente, esta situación se hubiera podido manejar, como se había manejado en el pasado, por tecnócratas del calibre de Junguito, Juan Camilo Restrepo, Montenegro, Cárdenas o Echeverri. No es que Ocampo no tenga las calidades, las tiene de sobra. El problema es que es solo una golondrina intentando hacer verano. Por cada señal de tranquilidad que el nuevo ministro intenta lanzar viene una notificación notarizada que advierte lo contrario. Por ejemplo, una “ley contra el hambre” promovida por la bancada de gobierno que, según los rumores, propone establecer control de precios a ocho productos de la canasta básica. O la idea de expropiar seis millones de hectáreas para cultivar maíz costoso. Igual que la loca decisión de suspender la exploración de hidrocarburos cuando se están encontrando importantes yacimientos de gas, la innecesaria moratoria minera anunciada en el informe de empalme y la absurda idea de acabar con las EPS para sustituirlas por un nuevo seguro social en esteroides. Sin mencionar lo que seguramente será una operación de brazos caídos en la fuerza pública cuando el nuevo ministro de Defensa asuma el cargo.
Si el nuevo Presidente quiere recuperar la confianza, tendría que abandonar prácticamente todo lo que representa. Es decir, Gustavo Petro tendría que traicionar a Gustavo Petro. Eso parece difícil. Su lealtad a las desuetas ideas setenteras es férrea. Petro es uno de esos rancios quijotes del continente que de tanto leer “Las venas abiertas de América Latina” perdieron la razón. Lamentablemente la misma autarquía estatista que ha fracasado una y otra vez -ahora salpicada de milenarismo ambiental- es lo que se impondrá.