ALFREDO VARGAS ORTIZ
Orgullosamente abogado y docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho por la Universidad Nacional de Colombia
La semana pasada tuve la oportunidad de acudir a una panadería que abre las 24 horas, a eso de las 4:30 a. m., porque en ese momento tenía hospitalizado a mi hijo menor. En este lugar presencié una gran cantidad de personas que habían pasado la noche en vela, bajo los efectos del alcohol y en moto, sin casco, hasta con tres personas por vehículo, o en autos conducidos por personas no aptas para manejar. Uno de ellos estuvo a punto de estrellarme al salir de la bahía. A las 6 de la mañana se registró el lamentable accidente con el famoso pero irresponsable profesor que acabó con la vida de un ciudadano y tienen entre la vida y la muerte a su hermano. Esta escena se repite constantemente en nuestra ciudad, debido a la irresponsabilidad de los ciudadanos que ignoran las normas de tránsito y los principios básicos de una convivencia.
La cultura de la ilegalidad, de lo que el profesor Antanas Mockus llamó el «gorrón» —el ciudadano que no cumple las normas y se presenta como el vivo, el avispado que se aprovecha de quienes sí las cumplimos— es uno de los principales males de nuestras sociedades y sobre el cual debemos concentrar nuestra atención, reaccionando de manera contundente desde la familia, la sociedad y el Estado. Por ello, el trabajo que deben desempeñar la Secretaría de Gobierno y Convivencia, la Secretaría de Educación, la Secretaría de Paz, la Secretaría de Tránsito, La secretaria de Salud, Cultura, la Policía Metropolitana, el Ejército, las instituciones educativas y las universidades, las empresas y, en general, el sector productivo es fundamental para demostrar que todos debemos contribuir a que muchas personas dejen de ser víctimas de los imprudentes y a que la legalidad se convierta en una norma de vida.
La experiencia enseña que la cultura no cambia de un día para otro. En el año 2009, Phillippa Lally, investigadora en psicología de la salud en el University College de Londres, publicó un estudio en el European Journal of Social Psychology en el que calculó que se necesitan en promedio más de dos meses para que un nuevo comportamiento se vuelva automático: 66 días, para ser exactos. Esto significa que no basta con una o dos campañas al mes; la presión social, las intervenciones artísticas y culturales, la pedagogía intensiva y el diálogo permanente son las fórmulas para lograr esos cambios en el comportamiento.
Es necesario que ser legal se ponga de moda, que los valores de respeto, honestidad, legalidad, tolerancia y diálogo para resolver nuestros conflictos se conviertan en herramientas suficientes para lograr una convivencia saludable, y que, por encima de todo, eduquemos con el ejemplo. Que nuestro alcalde y los funcionarios públicos salgan a la calle, redoblen sus esfuerzos y salven vidas, porque eso es lo que logramos cuando tenemos una sociedad que se basa en principios y valores comunes, en la que nadie deba morir o quedar lesionado por la irresponsabilidad de otros.