Por: Amadeo González Triviño
Cuando estamos a un año de nuevas elecciones tanto para el Congreso de la República y volver a elegir al Presidente de los Colombianos, seguimos contabilizando más de dos millones y medio de contagiados por el Coronavirus sin que se haya empezado a vacunar a los que no han sido víctimas de ésta pandemia, es triste ver que la inercia de los entes de control se proyecten en el tiempo como corolario de unas instituciones que le han hecho perder la fe por completo a los ciudadanos y que son la puerta de entrada al mundo oscuro y nefasto de la corrupción a todo nivel, en lo público y en lo privado.
Y en medio de todo este ejercicio democrático que como hemos sostenido, es sinónimo de populismo y demagogia, para refrendar la abulia y el desinterés por el ejercicio de ese juicio de responsabilidad histórica que tendría que ejercerse para cambiar por completo el esquema político nacional contra la clase política tradicional, solamente nos preocupa el futuro de la selección Colombia, el incierto desarrollo de las olimpiadas o la información sobre la ausencia de Nairo Quintana en el Giro de Italia, o en su defecto la liga de futbol italiana y la premier inglesa con la presencia de jugadores colombianos que marcan un registro histórico para bien o para mal.
Los entes de control que se encuentran día a día enmarañados en sus propias redes, circunscritos a la inamovilidad de los procesos jurídicos y a la morosidad de los procesos judiciales a todo nivel y sobre todo, al imperio de la injusticia, la inequidad y el desconocimiento de los procesos de meritocracia en todos los ámbitos administrativos que se corresponden con el manejo de los gobiernos, terminan por generarnos esa incertidumbre, ese dolor de patria que solo se pregona de espaldas en los más oscuros recintos de la ética y la moral que ya no nos queda y en los más profundos rincones de nuestra pobreza conceptual que han terminado por hacernos descubrir que todo, que todo no es más que una avalancha insostenible de situaciones que no tienen y no prometen, el retorno a la legalidad o a los marcos y principios constitucionales que nunca han entrado en vigencia en este país.
En medio todo ésta pantomima pública patrocinada desde las altas esferas gubernativas, algunos desocupados que están incomodos con las administraciones públicas, consideran que hacer uso y ejercicio de un derecho como el de la convocatoria a la revocatoria de ciertos mandatarios, será la forma de recuperarnos de esta tragedia, que como, vuelvo y repito, no tiene solución, pronta, inmediata o quizá a lo largo de los años de vida de los hijos de nuestros hijos y no tiene futuro si se analizan los elementos utilizados para su patrocinio o quiénes son los voceros de las mismas.
Creo que ha llegado la hora, no de convocar a los electores a tomar conciencia de su razón de ser del llamado a las urnas, no. Eso es perder el tiempo. Es hora de que los ciudadanos de verdad, que conocemos los derechos, que vivimos a diario enfrascados en ese mundo miserable que nos ha correspondido vivir en medio de las inequidades y de los abusos del poder, que persona a persona, busquemos el espacio para dejar una huella, para hacer mediante una acción o un gesto que realmente convoque a la solidaridad recíproca, al otro, para replantearnos nuestra misión en la vida, porque después de muerto, nada será posible y nadie podrá hacer los cambios que ahora se demandan.
Las elecciones del año próximo y las campañas de rapiña que ya se viven, son y así hay que entenderlo, el camino para perpetuar por hasta el infinito este infierno, esta madriguera a la que nos han relegado, porque nosotros mismos, hemos sido hijos de la barbarie, hermanos del silencio, redentores de nuestra propia crucifixión y por tanto, hemos recibido la desidia y el abandono, que nosotros mismos le hemos prodigado a la patria en el momento de ejercer el soberano ejercicio del derecho al voto.