Ernesto Cardoso Camacho
Este domingo tendrá lugar la anunciada pomposa posesión de Gustavo Petro como nuevo presidente. Llega al poder del Estado por primera vez en muchos años, una tendencia ideológica denominada como de izquierda que unos consideran radical y otros moderada. Otros la denominan como social demócrata al estilo europeo.
Sin entrar en el detalle de definirla, lo que muchos sabemos es que los partidos tradicionales que recientemente han mutado del liberal y conservador hacia el CD, CR, y la U; han ejercido el poder político desde la creación republicana.
Sin duda la constituyente del 91 cambió radicalmente la estructura institucional, abriendo las compuertas hacia nuevas opciones políticas en donde los partidos y movimientos alternativos han encontrado no solamente las garantías democráticas; si no también, creciente respaldo en los electores especialmente de los ciudadanos menores de 40 años, cansados de la politiquería y la corrupción de quienes han orientado los destinos nacionales en los últimos 30 años.
La dinámica económica, social y política ha sufrido vertiginosa transformación que de alguna manera también ha influido en el pensamiento y las sensibilidades de quienes hoy imponen sus condiciones en el ejercicio democrático. Ello explica en buena medida que, con el gobierno Duque; paradójicamente un presidente menor de 45 años, elegido por esas castas tradicionales; haya ocurrido la transición que hoy estamos presenciando; algunos celebrando con regocijo y otros masticando su amargura.
Sin embargo, es evidente que como generalmente ocurre, las transiciones y los cambios traen consigo incertidumbre y desconfianza, especialmente en sociedades acostumbradas a mantener el estatus quo que ideológicamente se ubican más a la derecha.
Este fenómeno político merece desde luego un profundo análisis, aunque en el presente caso, es fácil observar y comprobar varias explicaciones.
La principal de ellas, se ubica en el cansancio, la fatiga y el rechazo contundente que la gran mayoría de colombianos hoy siente con los dirigentes políticos de esos partidos tradicionales, así hayan pretendido camuflarse bajo otras denominaciones partidistas. Sus resabios, engaños, promesas incumplidas, clientelismo y corrupción; los han convertido en castas políticas que buscan el poder para satisfacer sus voraces apetitos personales y de sus cercanos aduladores y cómplices. Si bien es cierto los progresos en el desarrollo nacional han sido importantes, la corrupción ha impedido que tales avances lleguen con fluides y eficacia a velocidades y resultados más trascendentes en la calidad de vida de los ciudadanos. Sin duda la exclusión y la inequidad han estado presentes.
De otra parte, el perverso sistema político y electoral que se ha mantenido desde el Congreso, donde precisamente esos partidos han mantenido siempre sus mayorías, se ha diseñado para perpetuarse en el poder.
Y desde luego el sistema judicial, donde en clara contumacia con el poder político, ha contribuido de manera significativa a la sostenibilidad de los privilegios, mientras que los ciudadanos de a pie sufren la injusticia, la morosidad y la impunidad del sistema, ante el avasallante crecimiento de la criminalidad y la violencia.
Con este escenario vivido durante los últimos años, era inevitable que el desgaste del sistema democrático y de su institucionalidad en que éste se soporta, llegara a padecer su marchitamiento y en consecuencia, se abrieran las compuertas hacia nuevas opciones que hoy apreciamos con cierta incertidumbre.
El nuevo gobierno, con propuestas enfatizadas hacia el cambio, constituye así la inevitable transición.
Lo que estamos apreciando nos conduce a considerar que efectivamente el gobierno Duque; elegido por los sectores de la derecha colombiana; con su inexperiencia; sus errores y escasos aciertos; gobernando con una rosca de sus cercanos amigos desconociendo así a sus mentores y a los miembros de las bases de su propio partido uribista; circunstancias que sin duda alguna se agravaron con las devastadoras consecuencia de la pandemia; contribuyeron eficazmente a que los vientos inexorables de la historia soplaran en favor del Pacto Petrista y del gobierno de transición que genera incertidumbre institucional.
A propósito, conviene preguntarse. ¿Si esos partidos tradicionales y sus gemelos que han anunciado su apoyo al nuevo gobierno en el congreso; no reciben la mermelada que esperan; serán capaces de marcar distancia y lograrán complicar la gobernabilidad del presidente? La respuesta a este interrogante la sabremos más temprano que tarde.