Por: HAROLD SALAMANCA
Esta semana, durante una reunión de trabajo dedicada al desarrollo de una plataforma para apoyar a la Fundación SalBo en su noble objetivo de eliminar el cáncer de cuello uterino, surgió una discusión que me llevó a reflexionar profundamente sobre nuestra mentalidad al abordar proyectos importantes.
Cuando se planteó la estrategia para el desarrollo del software, el ingeniero a cargo sugirió comenzar con lo que se conoce como el «mínimo viable». Esta idea, que ha ganado popularidad en el mundo empresarial y tecnológico, propone empezar con la versión más básica y funcional de un producto o servicio, para luego ir iterando y mejorando en función de las necesidades y retroalimentación de los usuarios.
Sin embargo, mi respuesta ante esta propuesta fue clara y contundente: Preferiría que lo abordaros el tema de una manera más amplia. No podemos conformarnos con aspirar a siempre a lo mínimo, pues eso nos condenaría a limitar nuestras ambiciones y a conformarnos con soluciones a medias. En lugar de conformarnos con lo mínimo, debemos aspirar siempre a lo óptimo.
La constante obsesión por el «mínimo viable» en todos los proyectos nos lleva a adoptar una mentalidad conformista y ajustarnos a soluciones que, si bien pueden ser funcionales, no llegan a satisfacer plenamente las necesidades de quienes las utilizan. El nombre mismo, con su connotación de mínima calidad o esfuerzo, nos invita a conformarnos con lo básico, en lugar de buscar siempre lo óptimo.
Por ello, propongo un cambio de mentalidad: en lugar de conformarnos con lo mínimo, debemos aspirar siempre al óptimo. No debemos temer soñar en grande y buscar soluciones completas y ajustadas que resuelvan las necesidades de manera integral, sin derrochar recursos ni esfuerzos en soluciones a medias.
Es cierto que buscar lo óptimo puede ser más difícil y requerir más esfuerzo y recursos, pero los resultados valen la pena. Al aspirar siempre al óptimo, nos desafiamos a nosotros mismos a alcanzar nuestro máximo potencial con eficiencia y a ofrecer lo mejor de nosotros en cada proyecto que emprendemos.
Así que, amigos, la invitación es a soñar en grande. El “mínimo viable” limita nuestros posibilidades, pensamientos y ambiciones, además debe desaparecer de nuestro lenguaje. La regla debe ser aspirar siempre al óptimo, porque solo así nos acostumbraremos a la excelencia, a la vida digna, a la autoestima, a exigirnos siempre lo mejor, a cambiar el entorno en que desarrollamos nuestros proyectos, incluso de vida personal.