Luis Humberto Tovar Trujillo
Para los puristas del idioma, el término atroz, es un adjetivo que tiene connotaciones negativas. Se refiere a todo aquello que es brutal, desalmado, sanguinario o cruel, además de fiero e inhumano.
Me siento tan ofendido que no quiero ahorrarme ninguna de esas expresiones, para poder identificar las conductas de algunos magistrados de las cortes, y en este caso la Constitucional, que en cada decisión hacen demostraciones de salvajismo fiero e inhumano.
Me refiero inicialmente a haber aprobado el aborto dentro de las 24 semanas en seres humanos, inhumano, cruel y sanguinario.
Ahora como para seguir llenando la copa, acaban de expedir una decisión donde prohíben la pesca deportiva, para proteger la vida de los peces que se suponen, según ellos, son seres sintientes.
En este momento quedo en neutro; como cuando el vehículo que conduzco, sorpresivamente cambia de relación, y se en neutra.
Pero después de respirar profundo, retomo el inicio de este escrito, para poder entender los efectos de las dos decisiones, por los altos niveles inhumanos y atroces de ellas.
Entiendo que hay que proteger la vida, llámese animal y con mayor razón, la humana.
Pero de ahí a equiparar, y más grave aún, colocar en un grado superlativo a la vida animal sobre la humana, dícese de quienes tomaron esas decisiones, son más animales irracionales que racionales.
Hablar de sensibilidad en los peces, o al menos suponerla para prohibir su pesca, es más importante que la sensibilidad de un ser humano en estado de gestación, máxime cuando científicamente está demostrado estar vivo, y como tal, siente a plenitud.
Igual predicamento se puede atribuir a cualquier ser considerado vivo; si está vivo necesariamente siente; predicar sensibilidad o presumir sensibilidad, es afirmar la vida de cualquier ser.
Todo ser vive es esencialmente sensible; y con mayor razón cuando se le ataca; me atrevo a creer que los únicos insensibles, por la calidad de las sentencias que profieren, son los líderes de la crueldad administrando justicia en nombre de la república de Colombia.
Con esas decisiones y estando en época preelectoral, me atrevería a pensar sin temor a equivocarme, que, con algunas excepciones, esos “excelsos puristas del derecho”, llamados a proferir decisiones justas y en derecho, hacen parte de las llamadas bodegas del candidato del odio, de las atrocidades y la crueldad.
Ni siquiera lo pienso, se nota la evidencia.
No me atrevería hacer un juicio de responsabilidad, sobre por qué hemos llegado tan bajo, o a quién atribuirle este estado de cosas antivalores; todos estamos involucrados, porque de alguna manera con tanta violencia, nos hemos vuelto sanguinarios.