“Reducir el número de puestos de trabajo disponibles, al dejar fuera del mercado a los jóvenes sin experiencia, no resuelve ningún problema para estos trabajadores. Los únicos beneficiarios claros serían aquellos que adquieren esos poderes arbitrarios sobre sus semejantes, y que así pueden sentirse importantes y nobles, mientras que en realidad dejan estragos a su paso”, Thomas Sowell en su libro Economía Básica. A pesar de las buenas intenciones y del discurso llamativo de ayudar a los más pobres, el salario mínimo solo aleja a millones de colombianos a poder acceder a un empleo formal y los condena a la informalidad o al desempleo.
Los políticos de todos los partidos e ideologías, con el argumento de ayudar a los más vulnerables y con el incentivo perverso de conseguir votos sin importar las consecuencias, salen a exigir aumentos del salario mínimo por encima de la inflación y por supuesto muy superiores a los niveles de productividad. Lo vimos la semana pasada en las declaraciones de todos los precandidatos presidenciales. Lo que ni los políticos, ni la mayoría de la opinión pública ve es que no se ayuda a los pobres con un mayor salario mínimo, por el contrario los alejan con un decreto de la posibilidad de acceder o mantener un empleo formal. ¿Por qué?
Imagínese la historia de Diana, que tiene una pequeña panadería en un pequeño municipio colombiano. Cada mes vende $100 en pan, de ahí saca: $40 para pagar los ingredientes y suministros para producirlo; $20 para pagar el arriendo del local y los servicios públicos; $20 para pagarle a Juana y a Lucia quienes le ayudan a atender a los consumidores y producir el pan respectivamente; le quedan $20 de utilidad, pero debe pagar $10 en impuestos; al final le quedan a ella $10. El salario mínimo decretado por el gobierno es de $10. Diana, Juana y Lucía ganan cada mes lo equivalente al mínimo. Sin embargo, aprovechando que es un año electoral y motivado por la intención de los políticos de ayudar a los más pobres, el salario mínimo pasa de $10 a $15. ¿Qué pasa con Diana y su panadería? Tiene dos opciones: A. Le aumenta el salario a Juana y a Lucía y al final le quedan $5 de utilidad (1/3 de un salario mínimo). B. Despide a Lucía, lo que seguramente terminará disminuyendo sus ventas a $80, y al final solo recibirá $6.5 de utilidad (el 43% de un mínimo).
Historias como éstas se repiten millones de veces en Colombia. La mayoría de las grandes empresas pagan salarios mínimos superiores a los establecidos por el gobierno, a quienes tienen el privilegio de trabajar allí no los beneficia el aumento. Sin embargo, afecta a millones de micro empresarios pobres como Diana y las personas que trabajan con ellos como Lucía y Juana. A quienes en realidad pueden beneficiarse son los miles de funcionarios del Gobierno que tienen sus ingresos indexados al valor del Salario Mínimo, y que en nada les afecta el estado de la economía (lo vimos en este pandemia). Termina favoreciendo entonces a esos que se sienten importantes y nobles mientras dejan estragos a su paso.