Ernesto Cardoso Camacho
En la sabiduría popular existen numerosos y variados refranes que describen las percepciones humanas acerca de los fenómenos sociales. Uno de ellos es el que me permito usar hoy para pretender describir un generalizado sentimiento que subyace en el alma colectiva. Me refiero a lo que muchos colombianos sienten frente a las promesas de campaña y a los anuncios que desde el gobierno del cambio realiza el llamado Pacto Histórico.
Para comprenderlo es indispensable establecer que significado político tiene dicha denominación. Pacto o acuerdo entre diversos actores y colectividades que buscan cambiar el rumbo de la historia que ha caracterizado a la nación colombiana; bajo la premisa de que quienes han gobernado desde los albores de la república; son castas sociales, económicas y políticas que solamente han buscado mantener sus privilegios por encima de las necesidades del pueblo que dicen representar, mediante una conducta corrupta y mezquina que solamente ha generado desigualdad, pobreza y violencia.
Dicha premisa tiene algo de verdad como también mucho de mentira. El origen de las colectividades históricas como son los partidos liberal y conservador, construyeron en medio de sus diferencias ideológicas y programáticas; llegando incluso a confrontaciones violentas; una arquitectura institucional cimentada en la democracia y en valores y principios que compartían integralmente como esenciales de la nacionalidad.
No en vano, a pesar de cortos períodos del desvarío institucional, se llegó a reconocer a Colombia como una de las democracias más estables de la región hispanoamericana.
Los logros alcanzados por dicha institucionalidad bipartidista no pueden ser desconocidos, aunque también es necesario reconocer que, por el acelerado crecimiento poblacional, la modernización del desarrollo y los nuevos retos de la democracia; se han generado desigualdades regionales, sociales y económicas que demandaron soluciones aún no satisfechas. Pero sin duda alguna, la mayor inestabilidad institucional de los últimos 30 años se ha generado por la corrupción política y la permeabilización del narcotráfico en todas las esferas económicas y sociales.
Los partidos perdieron su esencia quedando en manos de clientelas familiares y económicas que hoy son agrupaciones sin valores ni principios; sin ideología; sin programas; en donde lo importante es obtener una curul en el congreso para desde allí proteger sus propios intereses y privilegios.
Las causas son ampliamente conocidas y se resumen en que la colaboración armónica entre las tres ramas del poder público, diseñada desde la Constitución, la convirtieron en el intercambio de favores entre sus integrantes, baja la falsa premisa de garantizar la llamada gobernabilidad que no ha sido otra cosa que el reparto de favores y privilegios. Un sistema político y electoral que debilita la democracia y estimula la corrupción y la impunidad.
En estas circunstancias ha llegado entonces el llamado Pacto Histórico. Lo curioso o paradójico es que ha sido convocado por quien, conociendo profundamente desde el Congreso, las debilidades de nuestra dirigencia política; logró alcanzar el poder con un discurso inicialmente contestario que luego fue morigerando para no espantar posibles y necesarios apoyos, argucia política con la cual captó las mayorías electorales que hoy lo tienen como el estadista que habrá de remediar todas las dificultades sociales y económicas de los colombianos. Y quien pretende proyectarse como el gran líder que habrá de salvar a la humanidad de la catástrofe ambiental del planeta.
El conocimiento del Estado, la inteligencia y sagacidad política del presidente no tienen discusión. Lo que genera incertidumbre y desconfianza se observa en dos aspectos. ¿Podrá satisfacer la voracidad burocrática y de privilegios que le seguirán demandando los congresistas de esos partidos tradicionales que solo se representan ellos mismos? Los anuncios del propio presidente y de sus ministros que si bien es cierto buscan remediar tantas dificultades sociales; exigen ingentes recursos fiscales que no podría obtener solamente con impuestos, despreciando los que genera el sector petrolero con el argumento nada convincente de la transición energética.
Así las cosas, las expectativas siguen latentes. Volviendo al refrán popular “del dicho al hecho hay mucho trecho”.