Diario del Huila

Del infinito en un junco a la Filvorágine

Nov 4, 2024

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Por: Gerardo Aldana García

La filóloga y escritora española IRENE VALLEJO MUREU, en su libro El Infinito en un Junco, tiene dentro de muchas virtudes, la capacidad de valorar en la dimensión correcta y justa, la importancia del papel como elemento notablemente sensible en la tarea de la preservación de la identidad cultural de la humanidad desde uno de los matices esenciales de esta cual es la garantía de la memoria guardada. En un extraordinario viaje al pasado egipcio y que pasará por otras culturas, en el colosal imperio del Nilo cuando los emperadores no solo hicieron magnas obras de infraestructura, la sabiduría popular llevó a que emergiera el uso de materiales en los que escribir el sentir de los individuos desde manifestaciones que incluyeron la política, la filosofía, la religión, la culinaria, la literatura, el arte en diversas manifestaciones por excelencia figurativas, entre muchas otras. Y allí, entonces, se elaboraba el papiro a partir de la planta acuática hoy conocida científicamente como Cyperus Papyrus, un junco que crecía en las orillas del río Nilo. Ciertamente la escritora acierta en el título de su obra; es que sobre el papel que se vuelve libro, los hombres vierten la interpretación del multiverso y el infinito, para dejarlo servido en un recipiente desde el cual se pueden tomar dosis de conocimiento, edificando y manteniendo un eterno diálogo intercultural entre civilizaciones milenarias y las actuales, con la promesa segura de también vincular a las futuras.

Por su puesto que dentro de la génesis del papel aparecen los chinos quienes en el Siglo I de nuestra era, surgen con un enorme relieve creando papel a partir del bambú, morera o cáñamo lo que marcaría un rumbo con proyección de uso más eficiente de este elemento para la producción bibliográfica de la época, el que se magnificaría en Inglaterra con el surgimiento de la revolución industrial a finales del siglo XIX, eso sí con los efectos benéficos que ya había sembrado en el año 1.440 el orfebre alemán Johannes Gutenberg cuando inventó la imprenta moderna con tipos móviles.

Por eso llama tanto la atención que la Feria Internacional Filvorágine que termina hoy cuatro de noviembre en el complejo arquitectónico del Centro Cultural y de Convenciones José Eustasio Rivera, con la Biblioteca Departamental Olegario Rivera como epicentro cómplice de la liberación de secretos de escritores vueltos cuento, novela, crónica, ensayo, manuales técnicos, etc, se haya ocupado de un tema de capital importancia cual es la producción artesanal del papel para uso en la industria editorial en Latinoamércia. Ha sido una experiencia memorable la vivida con este conversatorio en el que han intervenido Tania Yulieth Sánchez, artesana productora de papel artesanal, Ana Patricia Collazos – Editora y el suscrito escritor Gerardo Aldana García. Al tratar el tema de producción de papel hecho por artesanos, es ineludible la confrontación de esta práctica frente a la generación industrial, desde variables asociadas como la eficiencia, el costo, afectación del medio ambiente, la calidad y allí, con suma notoriedad, la idoneidad del papel como instrumento para guardar la memoria hacia los más futuros momentos de la civilización.

Es admirable cuando Irene Vallejo afirma que, únicamente el 1% de los libros antiguos, guardados no solamente en lo que quedó de la biblioteca de Alejandría, la que es en opinión de expertos, el origen del patrimonio bibliográfico más importante de la humanidad, sino también en monasterios y en recipientes bajo tierra que hoy los arqueólogos celebran en sus hallazgos, existen en la modernidad de hoy; e inexorablemente la razón de su pervivencia en el tiempo madurador por cada siglo, se debe a la calidad del papiro utilizado, a los materiales naturales de que está hecho.  Es claro que la hoja de papel industrial de hoy, afectado con la incorporación de químicos en su proceso productivo, no resiste el veredicto solemne de la naturaleza y sus elementos que se hacen más fuertes en la causación de una cronología centenaria, ni qué decir milenaria. Es sorprendente el razonamiento de Vallejo cuando dice que, Alejandro Magno solo logró desparecer las fronteras entre los territorios que conquistó y quiso conquistar, mediante la acumulación de los libros que guardaban las culturas de sus contendientes, incluyendo los tratados sobre política como herramienta del ejercicio de gobernar. Así mismo, relieva Vallejo el desempeño excepcional e histórico de los pensadores árabes a partir de cuyo discernimiento y comentario sobre filósofos como Aristóteles y su obra, mantuvieron viva la tradición helénica, de la que se apropiaron y que, en todo caso, permitieron que este conocimiento llegue a nuestro tiempo.

Y del conversatorio sobre el papel artesanal proclamado en Filvorágine, surgen retos para el bien de la identidad cultural desde la preservación del papel artesanal, dentro de los que se destacan la generación de un política pública para impulso a la producción de tan magnífica creación, lo que lleva a articular este saber popular con los esquemas modernos del mercado como son la economía popular, el turismo cultural, al igual que la sostenibilidad y sustentabilidad del medio ambiente, la responsabilidad social empresarial y, en el interés nacional la salvaguarda de una manifestación que debe estar exaltada y apoyada como patrimonio cultural de los territorios, de la Nación. Es evidente que aquí el tema no se trata de competir con la industria del papel industrial que acoge a la demanda editorial; en cambio sí, de facilitar que mujeres y hombres dedicados a la producción artesanal del papel, estén vinculados a estrategias públicas y privadas que permitan acercarlos a mercados especializados como salas de arte, museos, tiendas especializadas en obras incunables, etc. Qué tal, por ejemplo, con motivo de los 100 años de haber sido publicada por primera vez La Vorágine, se haga una edición limitada con ejemplares hechos cien por ciento por artesanos huilenses, que incluya no solo el papel, seguramente en Palma de Iraca, Pindo, Fique o fibra de Plátano, sino también portada en cuero repujado, en un bajo relieve que pueda llevar el nombre de la obra y del autor José Eustasio Rivera, en letras fundidas con oro verde de Iquira, mismo metal precioso del que se hizo la medalla al nobel de paz Juan Manuel Santos; y eso sí, como cereza del pastel, toda la obra escrita a mano, caligrafiada al estilo de su autor.  Los ejemplares que, en principio seguramente no podrían ser más de cinco o diez, reposarían entonces en los lugares más estratégicos para la salvaguarda de la memoria, sino también idóneos para la promoción del saber popular de oficiantes con la virtud de retar al tiempo manteniendo vivo al hombre y sus imaginarios.

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