AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Nunca los seres humanos hemos dejado de pensar en la posibilidad de convivir armónicamente en paz y libertad, donde el respeto por el otro y por la autodeterminación de los pueblos, sean la base esencial del grupo al que pertenecemos, ambientados por la singularidad del respeto y el afecto por el otro, a la diversidad social y especialmente en convenio con el disenso y la posibilidad de opinar y pensar diferente, bajo el postulado de la convivencia pacífica.
Hermosos sueños de esperanza en los cuales construimos ideales y pretendemos que teniendo como derrotero esa libertad y ese respeto por los derechos del otro en equivalencia al respeto a mis propios derechos, construyamos una sociedad justa, equitativa y armónica con la espiritualidad y el ser que queremos asemejar a la divinidad que llevamos dentro o a los dioses que otros nos han impuesto y en quienes hemos depositado todas nuestras creencias.
Desafortunadamente todo lo anterior no deja de ser más que un discurso que choca cuando el poder y la prepotencia y la codicia humana, se tornan en la base angular de nuestra formación, de nuestra personalidad y de nuestro proyecto de vida, para imponernos sobre los otros, para sacar provecho y beneficiarnos por encima de los demás y de todos aquellos que han confiado o han creído en nuestra voz, en nuestra presunta solidaridad.
Y qué es la democracia, sino precisamente todo lo contrario de lo que vivimos a diario, cuando la corrupción se ha encargado de llenar los vacíos que la misma sociedad ha generado, dónde esconder y dónde patrocinar la vida licenciosa de nuestros dignatarios, de nuestros elegidos y a quienes les hemos entregado las llaves de la administración para su propio beneficio, dejando de lado el fin y la función social que tenemos que cumplir día a día en un propósito de nunca acabar y que debe perfeccionarse en el devenir de la existencia de cada cual y de los años y de las expectativas por servir y servir y servir.
Democracia no es solo participar en una elecciones, no es solo dejarse llevar por campañas que ensordecen la percepción real de los acontecimientos y que nos llevan a enfrentar un tarjetón donde la cara de algunos conocidos y desconocidos, se suma a la de muchos que a último momento terminan dejándose motivar por la alharaca de querer participar por participar, sin haber hecho un momento de reflexión sobre el pasado, sobre el porvenir o sobre la esencia de esa capacidad que podemos tener de acabar de raíz con el delito y con los delincuentes, a quienes muchas veces, generalmente, premiamos con nuestro voto.
Acaso podemos confiar en los procesos de selección, de reparto de avales o mejor, de negociación para poder figurar o ser candidato hoy en día, y que no se requiere la más mínima convicción de un sentido de razonabilidad y de experiencia para llegar a dirigir los organismos de participación ciudadana a la que nos enfrentamos. Son negocios, partidos políticos que se quedaron atrapados en formas de consolidación de etapas en decadencia de la sociedad misma, y que la sociedad ha alimentado para distorsionar la idea y la esencia de la democracia en todo sentido.
Finalmente entendemos que en la medida en la que elegimos a quienes con su pasado han enterrado o han sacrificado el honor que se les ha ofrecido en la burocracia estatal, para vender nuestra alma al diablo, llegan ahora a perpetuarse en las figuras dominantes de unos clanes de poder que se vuelven cíclicos y que están llamados a seguir infectando la mal herida república que con la Asamblea Constituyente del 91, pretendimos sacar adelante, pero que el mismo Congreso de la República se ha encargado de modificar a su amaño durante más de 55 ocasiones con Actos Legislativos, que se promocionan al arbitrio de los intereses de las castas políticas y modificaron 108 artículos de la Carta Política.
Y como dice la canción, “aún me queda la esperanza, de que tú algún día me quieras” y no vuelvas a elegir a los mismos de siempre, que con risas y abrazos de ocasión terminan convenciéndote como un idiota útil de votar por los mismos y a las mismas, sufriendo cada día más y más, los improperios de un poder que se convirtió en el fortín de la corrupción y que todo lo que toca, lo vuelve delito.