Por: Mario Solano
¿Existe en la actualidad una labor más desprestigiada que la política? Probablemente no. Sin embargo, a pesar de los escándalos, promesas incumplidas y la falta de escrúpulos de algunos políticos ¿por qué no existe un castigo social efectivo? En los últimos años, hemos presenciado personas que se lanzan al mundo de la política con un denominador común, el beneficio económico personal, respaldado por una ética muy laxa y una ambición económica desmedida. Muchos carecen de una visión de servicio, simplemente ven la política como una vía rápida hacia la prosperidad.
Esta falta de ética no pasa desapercibida para la sociedad, quien juega un papel contradictorio: critica y desprecia a estos políticos en privado, pero en público les rinde honores y les otorga su voto, fortaleciendo un sistema que muchos consideran corrupto y sin escrúpulos. los debates constructivos, de ideas, se cambiaron por ataques personales, solo importa popularidad a través de las redes sociales, no importa que sea mentira, importa un like. Este fenómeno abrió la puerta al populismo, sin embargo, no sigue una ideología definida; puede estar en cualquier espectro político y su principal herramienta es la manipulación emocional. A través de las redes sociales, los políticos populistas venden una idea de paraíso que saben bien que nunca podrán cumplir.
Promesas grandilocuentes, sin sustento, diseñadas para captar votos a costa de decir mentiras. ¿Por qué, entonces, tantas personas siguen votando por políticos que no cumplen? Este fenómeno tiene múltiples causas como: la no existencia de una formación cívica sólida que les permita cuestionar y analizar propuestas con criterio. Que los políticos populistas, saben cómo conectar emocionalmente con la gente, ofreciendo un mensaje que parece responder a sus necesidades y deseos más profundos. Una vez establecida esa conexión, muchos votantes se sienten vinculados emocionalmente y permanecen fieles, incluso frente a evidencias de incumplimiento o corrupción.
Para otros, el apoyo a un político es una cuestión de identidad cultural o social y la dependencia de ayudas económicas o favores directos crea una relación de clientelismo en la que, a cambio del voto, el ciudadano recibe algún beneficio que perpetúa este círculo de poder. La sociedad actual se enfrenta a una crisis de representación y valores. Mientras no exista una verdadera sanción social a la corrupción y al incumplimiento, el ciclo continuará. La política seguirá siendo vista como un negocio lucrativo, mientras los votantes continúen atrapados entre la esperanza y la resignación.
