El Huila es un fragmento de patria en donde viven imágenes originadas en relatos de mitos y leyendas, de gentes amables, de campiñas reverdecidas adornadas de flores multicolores, circundadas por ríos que estrellan sus cristalinas aguas sobre piedras y peñas para dar la dulce música de natura en el Macizo Colombiano. En este entorno pletórico de riquezas que hechizan el gusto y edifican el ser de todo aquel que visita la geografía huilense, resplandecen con luz propia las bellas artesanías de hábiles y creativos hombres y mujeres, depositarios de saberes ancestrales, que guardan y practican para fortalecer y preservar las raíces que han marcado a sus gentes desde tiempos precolombinos y que son parte del alma de su dedicado y hospitalario pueblo.
A su paso por las tierras del Huila, cada turista debe darse la feliz oportunidad de pasear los ámbitos de la rica artesanía que se exhibe desde los mismos talleres de producción. Allí, los oficiantes de diversos artes populares, atienden con el mayor esmero al explorador de la cultura local, haciéndolo participe de una experiencia directa, junto a las nobles materias primas y las herramientas que maneja con la mayor propiedad.
Hablar de artesanía en la Tierra de Promisión, es referirse a íconos como la Chiva Huilense que la ha dado lustre a la identidad colombiana en el exterior. Esta magnífica y original creación nació en Pitalito, de la imaginación y en las manos de la ceramista Cecilia Vargas Muñoz. Junto a esta colosal artesana, un amplio colectivo de maestros en el Huila, hace de la arcilla un material que cobra vida por virtud de las expresiones que encierra cada producto elaborado.
Viajar por el Huila artesanal es medirse y luego lucir un ejemplar del sombrero más fino del mundo, hecho a mano: El Sombrero Suaceño, en las localidades de Suaza, Guadalupe o Acevedo. De esta preciosa fibra, las manos de mujeres laboriosas hacen finos tejidos que integrados en ejemplares de diferentes estilos y terminados con el aplomo y dosificación que le dan las manos masculinas, satisfacen el gusto de caballeros, damas y niños.
Sentir el Huila artesanal es llegar a San Agustín para apreciar el Parque Arqueológico, y no regresarse sin ampliar el periplo hacia las comunidades de El Estrecho y de Obando, para recrearse con la delicada y cuidadosa técnica de hilado y tejido de las fibras de calceta de Plátano, manifestadas en productos como manteles, individuales, bolsos, carteras, cachuchas, blusas, etc, siempre ofrecidos con cariño y diligencia por los propios creadores de un artesanía que a nivel de Colombia tuvo su nacimiento en las frescas tierras agustinianas, a través del ingenio y la habilidad de Doña Clelia Rengifo (q.e.p.d), matrona de la artesanía huilense y referente de pulcritud y ejemplo moral para las generaciones de hoy y de mañana.
Disfrutar el arte popular del Huila es discurrir por la zona rural de Isnos, y sentarse a escuchar el tintineo de los cinceles que extraen la figura prisionera dentro de la piedra, con la pericia, la paciencia y la creatividad de la familia de don Manuel y Reynel Carvajal, y esperar para ver y adquirir réplicas precolombinas y elementos utilitarios como salseros, morteros y hasta comedores, de exigente técnica y acabados de gran factura.
Viajar en el universo mítico del Departamento es llegar a La Jagua en el municipio de Garzón, tierra de historias de brujas que predecían el futuro, los cambios climáticos o incluso podían hacer regresar al ser querido, y dejar que el asombro eleve la mente al presenciar las artesanías de un numeroso colectivo de tejedoras que hacen de la fibra de fique, un motivo que alegra el gusto de los turistas, cuando adquieren un portaretrato, un bolso, un joyero, una brujita sobre su escoba, una cachucha, individuales, etc, productos tejidos de manera tan fina que a veces el propio ojo apenas alcanza a percibir la delgada trama.
Extasiarse en el espacio sideral del Desierto de La Tatacoa, es estar cerca de los árboles de Totumo que fructifican en esas circunferencias de tantos tamaños, que una vez cosechadas con amor e ilusión por los artesanos de Villavieja, se tornan cálidas y bellamente ocres, en una diversidad de productos decorativos y utilitarios como jarrones, botijas, bombonas, lámparas, contenedores en forma de gallina de campo, y hasta tiples y guitarras afinados, y de gran sonoridad.
Despedirse de Neiva con la certeza de haberse integrado con su identidad local, es visitar la tienda de Orlando Cortés en el Barrio La Gaitana para llevarse una de sus creaciones sobre la madera, torneadas en diferentes tamaños, formas y colores; o dejarse llevar hacia el taller de Judith Patricia Astaiza y fundirse con las maravillas obtenidas a partir del cacho y hueso de res, con aderezos femeninos que conocen las pasarelas de Milán. Decirle hasta pronto a la capital de los opitas, es recorrer la obra de terracota esculpida por Ricardo Garrido en el Museo Prehistórico, y ver en aquellas anatomías de seres unicelulares y mamíferos gigantescos, la evolución de la vida.
Al final y justo antes de tomar el auto o el avión de regreso, encontrarse con los trabajos de vitrofusión elaborados por Alfonso Carrillo en la Iglesia de La Gaitana, y leer la confluencia de dos culturas: España y América, el vencedor y el vencido; coincidiendo en un solo espacio, bajo el amparo de un técnica artesanal de alto nivel y el aura mística que despierta la obra de la Ultima Cena adornando los muros del concurrido templo.
Es por ello, que retomando lo que durante muchos escritos he procurado, incluidos algunos dedicados a la Universidad Corhuila, me complace seguir leyendo el territorio del Huila, como un destino que a diario se reinventa, se reinterpreta desde el invaluable aporte por los artesanos.