En esta oportunidad nuestro cronista invitado y relator Nicolás Motta se refiere a la salida de Colombia no sin antes pasar por el Cauca y Nariño, siempre compartiendo experiencias que se van acumulando con el paso de los días y de las millas recorridas. Nuestro primer paso para dejar Colombia era dejar nuestro Departamento del Huila, aunque antes de abandonarlo teníamos una invitación pendiente a la casa de Isa, comienza en su relato correspondiente a la tercera entrega del diario de los opitas viajeros.
Atendimos la invitación de Isa, teníamos que probar su comida antes de salir. Nos hizo unas deliciosas pizzas con una forma bastante particular y unos sabores que ni en nuestros mejores sueños se nos hubiera ocurrido agregarle a una pizza. Después de pasar una noche increíble en la cocina, era momento de seguir, estuvimos casi una semana -si no recuerdo mal- muy cerca de casa, era momento de alejarnos, pero ¿Hacia dónde íbamos?
La frontera que habíamos elegido para dejar Colombia y saludar por primera vez Ecuador era la de Ipiales, para llegar ahí teníamos dos opciones: la primera era bajar hasta Mocoa y hacer el famoso cruce por la carretera de la muerte, o la segunda -que fue la que elegimos- era cruzar por el Parque Nacional Puracé hacia Popayán, donde teníamos familia, no los veíamos hace muchísimos años, me atrevería a decir que ninguno los recordaba, era momento de reconocerlos.
Se preguntarán ¿cuál era el afán de hacer una vuelta tan pendeja para visitar parientes que prácticamente no conocían? La pregunta tiene una respuesta de peso, Juan -o Chowy, como le dicen a mi primo- había llegado hace poco con Aleja, su novia de Argentina en moto. No recuerdo muy bien cuánto tiempo habían tardado, pero todos los consejos que nos pudieran dar iban a ser bien recibidos. Sentíamos que necesitábamos hablar con ellos. Entonces sí, íbamos para Popayán.
Antes de arrancar llamamos a Gloria y a Tuco -los papás de Chowy y los primos de mi papá-, uno para asegurarnos que el anfitrión estuviera en casa y dos para pedir consejos sobre la vía. Nos dijeron que debíamos parar en Coconuco a disfrutar de las aguas termales.
En camino
Listo, tenemos destino, ruta y parche. El parche era llegar a pegarnos un chapuzón nocturno en el agua termal más caliente que pudiéramos encontrar. Pusimos en el GPS del celular “Coconuco”, tres horitas marcadas. Qué ingenuos fuimos al creer que eso íbamos a demorar en cruzar un parque nacional. Terminamos tardando casi cinco o seis horas en atravesarlo, íbamos demasiado lento. No estábamos preparados para este tipo de terrenos, ya habíamos sufrido un poco con la subida hacía Quinchana, el panel solar se sangullia de un lado a otro y la suspensión del carro amenazaba con romperse. En ese momento decidimos que era mejor pecar por prudentes y sacrificar tiempo en la ruta.
El camino no tenía el mejor asfaltado, en cambio nos regaló unos paisajes muy brutales, pudimos ver un atardecer divino, pájaros volar de un lado a otro y perderse entre los árboles en las montañas, un espectáculo. Además, la vía estaba cuidada por el ejército nacional, se sintió bastante seguro.
¿Vale la pena ese cruce?
Depende de ustedes. En lo personal tomamos la ruta por las razones que les contamos, además, tenemos una gran debilidad por las aguas termales. Un amigo -Teto- nos recomendó pasar por el mismo Puracé, pero por la vía que se toma desde La Plata, dicen que existe la posibilidad de ver un cóndor.
En resumen, llegamos tarde a Coconuco, era incluso tarde para poder bañarnos en las termales; esto hizo que la tarea de buscar piscinas cambiará rápidamente en la búsqueda de donde dormir. Encontramos una cabaña que estaba bien, tenía dos pisos, uno con las habitaciones y uno donde teníamos una cocina, comedor e incluso una sala para sentarnos a tomarnos una cerveza. Nos sentimos ganadores. Sabíamos que a pesar de haber llegado tarde no íbamos a dejar pasar la oportunidad de ir a las termas, entonces, al día siguiente, pasamos todo el día, metidos allá.
Popayán
A nuestra llegada a Popayán nos esperaban Chowy, Aleja, Glorita, Tutico y Ramirito -nuestro otro primo, hermano de Chowy- para ser nuestros guías locales. Estábamos felices de tener este reencuentro. Celebramos con cervezas y pizzas hechas en casa, luego arrancamos Pal’ centro de la ciudad a hacer una caminata nocturna, nos encontramos con un amigo de ellos, Cachi, quien también nos acompañaría a turistas por la ciudad. Era divino, tal y como lo esperábamos, cuadras y cuadras con paredes manchadas de color blanco.
Finalizamos nuestro recorrido sin rumbo en una réplica en miniatura de Popayán en el centro de Popayán, un poco raro, pero tenía lo suyo. Terminamos nuestro día en la virgen del barrio escuchando las historias de viaje de Chowy y Aleja, una gran demostración de cómo tocar la armónica por Ramirito y de las raras anécdotas de trabajo de Cachi.
Al día siguiente queríamos conocer la ciudad de día, teníamos un guayabo nos hizo desayunar con cerveza. Fuimos a hacer exactamente el mismo recorrido que el día anterior, pero dejando que el sol hiciera lo suyo y nos dejara ver cada detalle que tenía escondida la ciudad. Estuvimos caminando por el puente del humilladero, fuimos a la plaza principal -que tiene una torre de reloj hermosa- y a un pequeño morro que queda cerca de la réplica en miniatura de Popayán.
Para rematar, nos fuimos a ver un concurso de baile improvisado que hicieron ahí mismo, en la réplica. Disfrutamos del espectáculo con una buena cantidad de empanaditas de pipián con un ají de maní que solo fue superado por uno que nos preparó Gloria en la casa.
Pasamos unos buenos momentos en Popayán, conectamos con nuestra familia como si toda la vida hubiéramos estado juntos, los amamos. Nos quedamos un poco más de lo que esperábamos antes de llegar, pero menos de lo querido después de haber llegado. Aún estamos muy lejos de nuestro destino y tenemos mucho afán de salir del país. Antes de salir, recibimos los últimos consejos de mi primo para el viaje, y unas advertencias que más tarde se harían realidad: 1. olvídense de la cerveza fría y barata, y 2. En Perú es más barato el caviar que la gasolina. Nos reímos y arrancamos rumbo a Pasto.
Caminando por Pasto
Al llegar no teníamos muchas ganas de ser turistas, estábamos con la mente en Ecuador, estábamos muy cerca. Buscar dólares -desgraciadamente esa es la moneda de Ecuador y la tabla del 4.5 no nos la enseñaron en el colegio-, ir al odontólogo, comprar mucho café, mandar cosas a Neiva que en tan poco tiempo ya nos estaban estorbando, buscar donde dormir -como raro-, y algunas cosas menores que hacían falta en nuestro equipaje
Después de un par de días volando nos dimos el gusto de caminar por Pasto. Cuy asado por todo lado, tuvimos la fortuna de no probarlo en todas las oportunidades que nos dio la ciudad; en cambio, nos paseamos por el centro de arriba a abajo, fuimos al museo del Carnaval de Negros y Blancos -o Blancos y Negros, no recuerdo bien jaja- no es muy grande, pero es bonito, vale la pena pegarse una pasadita.
Al regresar del museo nos perdimos un poco en la ciudad y nos encontramos con Lalo, un sujeto cuya edad era indescifrable -parecía un “viejoven” o un “joviejo”- y amabilidad inmensa. Lalo se acercó a nosotros curioso de nuestra nave solar, compartimos historias y descubrimos que era un armonicista, como el Gordo y Ramirito, pero este tenía una habilidad precaria para hacerla sonar bien y una muy alta para hacer ruido con el instrumento. Nos pidió nuestro número de celular para llamarnos después a preguntarnos cosas raras. Lo dejamos atrás.
Dejamos muchas cosas que queríamos conocer en Pasto. Al regreso seguramente le sacamos tiempo, o quizá suframos del mismo afán que teníamos por salir, pero en un futuro probablemente sea por volver a casa.
Salimos a Ipiales como alma que lleva el diablo, dimos un paseo de noche en la iglesia de las Lajas, donde según Valentina íbamos a ver un show de luces muy bonito, el show de luces estaba, pero con las luces apagadas. Igual la experiencia fue entretenida y un poco tenebrosa en algunos pedazos.
Al salir De la Iglesia de las Lajas, nos fuimos a dormir a 20 metros de la frontera -que no se noten las ganas-, teníamos todos los papeles listos, era solo cruzar y ya, pero el Ñope había quedado con ganas de ver las Lajas durante el día, nos fuimos hacia allá a darle una revancha que no necesitaba un lugar tan espectacular como este.
Con el mono muy brillante, pudimos apreciar mejor el paisaje, las dos montañas que abrazan esa construcción de piedra tan grande y un pequeño río que pasaba en lo más bajo del cañón hacían sentir el lugar como un lugar diferente. Intentamos hacer la visita esta vez un poco más rápida para continuar hacia Tulcán, el primer pueblo con el que chocaremos en Ecuador.
La frontera con Ecuador
Los trámites para cruzar fueron más sencillos de lo que pensábamos. Estaba ahí el típico tramitador Paisa que se encuentran para hacer este tipo de papeleos, él Gordo lo rechazó con furia ya que en la búsqueda de ayudarnos -para cobrar- estaba atrasándonos intentando que hiciéramos unos procedimientos ficticios.
Sin más complicaciones entramos a Ecuador, paramos frente a la primera persona que vimos y le pedimos que nos diera una canción muy ecuatoriana para darle apertura a la aventura, era un señor de avanzada edad y no entendía nuestra pregunta, hasta que lo hizo y puso a las bocinas de nuestro carro a cantar
“Soy del Carchi, tierra mía
Tierra linda donde yo nací
Soy del Carchi, tierra mía
Tierra linda donde yo nací”