En esta oportunidad los viajeros del Huila siguen su camino marcado para llegar a Ushuaia, la ciudad situada en el extremo sur de nuestro continente, la parada es en San Agustín en donde además de realizar el tradicional recorrido turístico, compartir con amigos, el propósito era pintar un mural, de estas vivencias nos comparte en esta oportunidad nuestro relator, Nicolas Motta.
“Nuestro objetivo seguía claro, llegar a Ushuaia, la ciudad situada en el extremo sur de nuestro continente. El problema: no sabíamos cuando íbamos a llegar. En este momento estamos en el día dos de nuestro viaje y al menos pudimos salir de Tarqui con destino hacía San Agustín. Lugar donde teníamos dos tareas pendientes antes de seguir nuestro largo viaje”, comentó Nicolas Motta.
Empecemos; “una de nuestras tareas era hacer un mural, no sabíamos, qué ni dónde, pero sabíamos con quién, aunque para ese momento no lo conocíamos muy bien, Duván; a quien conocimos en una salida a tomar café y comer empanadas en Neiva, este tipazo estaba haciendo unos murales divinos para el lugar que habíamos seleccionado», contó.
Resulta que él había estudiado arte, lo mismo que Valentina, en la misma universidad en Bogotá y con unos pocos semestres de diferencia. “Nos contó que era oriundo de San Agustín -de hecho, tiene pintado una buena porción del pueblo a nombre de Extraditado-, le hablamos del viaje y de lo loco que no nos hubiéramos conocido antes. Entre charla nos invitó a parar en su casa del pueblo para hacer un trabajo juntos antes de salir, y en ese momento nos estábamos dirigiendo justo allí, a la casa de Duvancho”.
“Lo primero que hicimos al llegar fue aprovisionarnos con un poco de comida y algunas latas de cerveza, nos esperaba una larga noche de planificación, teníamos que elegir qué diablos íbamos a pintar. Al llegar a casa instalamos nuestras carpas, abrimos unas cervezas y empezamos a hablar de cualquier otra cosa diferente del mural; compartimos música, risas, historias de amor, desamor y un poco de planes a futuro. Pasó el tiempo, pasaron los tragos y llegó el momento de empezar a botar ideas para nuestra pieza de arte. Los artistas agarraron cada uno un papel, un lápiz y entre más charla, risas y ratos de desconcentración, logramos un boceto. Con el sabor del deber cumplido, nos fuimos a las carpas”, añadió.
Al día siguiente
Al despertar, con el boceto en mente -porque lo dejamos botado en algún lugar de la casa- arrancamos a buscar un lugar para plasmar nuestro muro. “Nos gustó una pared que está ubicada justo al lado izquierdo de la parroquia en la plaza principal de San Agustín, frente al supermercado, Duván nos dijo que tenía buenas relaciones con el padre, nosotros con las ganas de pintar que traíamos no le quisimos preguntar mucho.
En ese espacio Duván había hecho un mural algunos meses atrás pero no estaba feliz con su resultado. Lo que había pintado ahí era un tipo con una expresión de rabia y un puño alzado junto a un mensaje en alusión al paro nacional que había pasado en medio de la pandemia, dijo Nicolás”.
“Paso número uno, ir por las herramientas para empezar a ahogar al tipo del paro con un color azul, la base para nuestro lienzo y empezar a darle otra cara a este espacio”.
La premonición fue la “salvación”
Al llegar una premonición saltaba a nuestros ojos, un señor estaba meando un mural justo al lado del que íbamos a hacer. El mismo tipo nos ofreció la lotería, pero decidimos no comprarle porqué «tenía la mano salada», buena decisión.
El sol se encargaba de atacar los cuellos de Daniel -el ñope- y Camilo -el gordo- mientras la gente se acercaba a preguntarnos sobre lo que hacíamos, niños muy curiosos se acercaban a nosotros a hacer un poco de conversación y adultos aún más curiosos que se iban sorprendidos cuando les respondemos que “nadie nos estaba pagando por hacer esto, lo hacíamos por amor, por embellecer la calle”.
“Terminamos nuestra jornada un poco más tarde de lo normal, con el carro nos ganamos una o quizá dos horas más de luz gracias a una exploradora que le instalamos poco tiempo antes de salir”.
El día siguiente había empezado bien -aunque no para nosotros-, nadie se quería levantar temprano, excepto un gato que atacó mortadela de los sándwiches del desayuno. “El Gordo rompió la barrera de la pereza, se escabulló entre las calles del pueblo para reponer la comida que el gato había usado para su festín y se puso la 10 con el desayuno, cuál hotel de 5 estrellas, recibimos desayuno en la cama”, continuó en su relato Nicolás.
Nos despertamos uno a uno y nos preparamos para ir a la oficina, al llegar ¡pam! un otro tipo meaba su primera cerveza de la mañana furiosamente contra nuestro mural, apuntaba justo en el centro. El Ñope -que había ido a pedir prestada una escalera- le gritaba desde lejos ; «¡Cucho! Estamos pintando ahí, no nos mee»
Nicolás, al darse cuenta, lo recibió con un agradable buenos días seguido de un: –«¿A usted le gustaría que le fuera a mear la puerta de su casa?, viejo hp».
Como siempre Nicolás tan amable
Llegaba el mediodía y el sol comenzaba a picar, fuimos a sentarnos por allá escondidos al tercer piso de un café ahí mismo en la plaza, “cuando de casualidad cruza por la puerta una cara conocida, Isa, una chica que habíamos conocido por una amiga poco antes de iniciar el viaje, era chef y vivía también en el pueblo, lo habíamos olvidado. Justamente había entrado a chismosear el café, pues no lo conocía, al final cuadramos una salida a cenar y nos quedamos con una invitación pendiente a su casa -qué también era un restaurante, Alma cocina de autor”.
Al tercer día habíamos terminado la mayor parte de las labores del mural, faltaban algunos detalles que Duván quería hacerle al muro y listo. “El diseño contiene a los lados un poco de naturaleza, aves y flora regional; en el centro Duván decidió retratar a Valentina, que no desaprovechó para pintar un hermoso cuervo detrás, para que no queden dudas del personaje”, relató.
“Así fue como concluimos nuestra primera tarea en la región, aún teníamos otra pendiente. Habíamos quedado en visitar la finca en la que estaba viviendo un amigo de la infancia de Daniel, Falla”, explicó.
Falla había estudiado algo relacionado a la agronomía y estaba trabajando con comunidades en pro de la paz. En ese momento se encontraba viviendo en Quinchana, un corregimiento que se encontraba a algunas horas del centro de San Agustín, en el corazón del Macizo Colombiano. “Había bajado al pueblo para participar en las votaciones del senado, aprovechó la oportunidad para ir hasta la casa de Duván y ayudarnos a solucionar el rompecabezas en el baúl de nuestro carro. Logramos solucionarlo en dos horitas, aún no estábamos muy duchos en este arte. Estábamos listos para subir a nuestra nueva casa por algunos días”, anexó.
La visita
La casa era una finca donde se cultivaba caña, se hacía panela y estaba a muy pocos metros del río magdalena, “teníamos una vista a la cordillera impresionante, de hecho, era a dos cordilleras, la central y la occidental. Estábamos encantados con el espacio. Nuestros anfitriones eran la señora Clemencia y el señor Jimmy; y la casa tenía también un nombre, la casa del edén. Al llegar ya había pasado quizá una hora desde que se ocultó el sol y ellos nos estaban esperando con un pan a punto de salir del horno de leña. Pudimos tener una buena conversación con ellos y nos dejaron un mensaje que nos tocó en ese momento.
Al despertar al día siguiente ya estábamos agendados. “Íbamos a hacer el cruce entre cordilleras para ir a conocer un cementerio indígena, unas ruinas que se encontraban al otro lado llamadas el Parque Arqueológico Infantil de la Maternidad”.
En esta aventura nos acompañó un extranjero que se encontraba en el mismo corregimiento, un estadounidense llamado John, quien era un tipo mayor, hablaba bien español y no tenía ninguna especie de pudor al tirarse un pedo frente nuestro.
“Él había recorrido algunos lugares de Colombia en otra ocasión; en realidad no lo conocimos muy bien, pero traía consigo buena onda. Llegamos al parque después de una buena caminata y nos tiramos al pasto a descansar, después de disfrutar un rato del clima, nos sacamos nuestras respectivas fotos”
Un nubarrón se acercaba para decirnos que no podíamos ir a conocer unas cascadas cerca, sino que era hora de volver a casa. “No refunfuñamos mucho y nos regresamos, hacía un poco de frío como para dejar que se mojara nuestra ropa”.
Nos despedimos de John Pedorro, era su último día y habíamos regresado justo a tiempo para que él tomara el último bus de regreso.
Nosotros nos quedamos comiendo una empanada y caminando por las escasas calles de tierra que tiene Quinchana, las paredes de las casas y locales estaban adornadas con bellos murales, en uno incluso estaba perpetuado la chiva en la que se había ido el buen John; en otro había flores, aves y paisajes, nos iba provocando dejar uno nuestro allí, pero el show debe continuar, debíamos prepararnos para volver al día siguiente a San Agustín y empezar a dejar atrás el hermoso departamento del Huila.
En una próxima entrega, otra aventura de los viajeros con el Diario del Borondito a quienes pueden seguir a traves de las redes; @borondito en Instagram, TikTok y Facebook