Alfredo Vargas Ortiz
Orgullosamente Abogado y Docente, Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho, Universidad Nacional de Colombia
Cuando fungí como secretario de gobierno y convivencia en Neiva, tuve la oportunidad de conocer de primera mano los problemas de nuestra ciudad. Por ello, recuerdo que, en cierta ocasión, en una reunión con líderes del campo, les indagué sobre ¿Cuáles consideraban que eran los principales problemas que enfrentaban? Por supuesto, el estado de las vías, las oportunidades de empleo y la calidad de la educación fueron mencionados inmediatamente como problemas principales. Sin embargo, ninguno de ellos esbozó como un problema el alcoholismo, que a mi manera de ver constituye un verdadero problema en mayúsculas. El mismo es, en realidad, el detonante de la violencia intrafamiliar, la pobreza, los conflictos interpersonales, las riñas callejeras, los accidentes de tránsito, con las consecuentes muertes o lesiones a nuestros coterráneos.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), “El alcohol o las bebidas alcohólicas contienen etanol, una sustancia psicoactiva y tóxica que puede causar dependencia. En 2019, hubo aproximadamente 2,6 millones de muertes en todo el mundo como consecuencia del consumo de alcohol. De estas, 1,6 millones se debieron a enfermedades no transmisibles, 700 000 a traumatismos y 300 000 a enfermedades transmisibles. La mortalidad atribuible al consumo de alcohol fue, en 2019, más elevada entre los hombres, con 2 millones de muertes, que entre las mujeres, con 600 000 fallecimientos. Se estima que 400 millones de personas, es decir, el 7% de la población mundial de 15 años o más, vivían con trastornos por consumo de alcohol. De esta cifra, 209 millones de personas (el 3,7% de la población mundial adulta) vivían con dependencia del alcohol. En conclusión, “aunque el consumo de alcohol, incluso en niveles bajos, puede conllevar riesgos para la salud, la mayoría de los daños relacionados con el alcohol provienen de un consumo excesivo de alcohol, ya sea episódico o continuo”.
Las cifras son claras y las consecuencias también, pero al parecer el alcoholismo es un problema visible que se invisibiliza por los patrones de género que hacen que socialmente se acepte que las personas beban para reafirmar su género. Si no tomas, no eres hombre o macho, o eres gay, o mujer, etc. O se bebe para parecer más libre e independiente. Gran parte de estos patrones son hábilmente reproducidos por las empresas de venta de alcohol que, con estrategias de neuromarketing, incitan al consumo de estas sustancias.
Cuando uno se acerca a zonas donde se consume alcohol, se encuentra con escenas terribles de desinhibición que luego traerán consecuencias nefastas como la muerte cuando se conduce bajo los efectos de estas sustancias, las relaciones sexuales no consentidas y embarazos no deseados, o las peleas que generan lesiones personales con las consecuentes afectaciones a la vida y relaciones de las personas.
Solo basta ver el número de bares, cantinas y tiendas donde se consume alcohol frente al número de centros educativos, bibliotecas o escenarios culturales para medir el grado de desarrollo de nuestras sociedades. Frente a esta situación, es imperativo que las autoridades de salud, educación, cultura y gobierno tomen cartas en el asunto y rescaten del alcoholismo a muchos de nuestros congéneres que, sin darse cuenta, están acabando con su vida y la de sus familias.
