Aníbal Charry González
El escritor William Ospina firmó una lúcida columna el pasado domingo en El Espectador sobre el cambio en Colombia, en referencia al propósito del Gobierno del presidente Petro que tituló “El banquete”, afirmando que “En los tiempos que corren y en un país como Colombia, no basta querer cambiar, hay que saber como hacerlo, y hay que saber también cuales son las fórmulas que ya están gastadas, cuales las soluciones que nunca lo fueron. Toda nuestra historia republicana, siempre atrapada en las formalidades, partió del principio de que los cambios los hace el parlamento, y así se fortaleció una casta política que sabe como reelegirse sin fin, no convenciendo al pueblo sino gastando fortunas, que finge representar la voluntad popular, y que usa su poder, a menudo apenas de astucia y chantaje, solo para ponerle precio a sus servicios. A menudo la ley y las instituciones no estuvieron aquí para garantizar la justicia, sino para enmascarar la injusticia”.
No había leído una descripción más exacta como la que hace Ospina, sobre lo que es y ha sido el Estado colombiano en 200 años de depredación de la politiquería simulando que gobierna en beneficio del pueblo que marrulleramente ha sostenido que representa, convertido en la práctica como auténtica tragedia nacional en un estado ladrón y violento manipulado por estas élites ruines que han utilizado el odio político que tanta mortandad nos ha dejado para mantenerse en el poder en un remedo de democracia, explotando la incultura, la ignorancia, la miseria y el fanatismo religioso de un pueblo de borregos como decía Gaitán, a quien estos corsarios del poder llaman hipócritamente pueblo soberano para que los elija y reelija sin tener posibilidad alguna de ejercer realmente su soberanía para tratar de cambiar su desgraciado destino.
Y es que ahí se encuentra la duramadre del asunto que plantea Ospina para lograr el verdadero cambio que promete Petro, que se encuentra en manos de estos filibusteros enquistados en un Congreso contaminado hasta la hediondez, que solo legisla para enmascarar la injusticia y no para hacer justicia social, que le ha puesto precio a sus servicios con su voracidad corruptora desde que iniciamos nuestra vida republicana, que no ha sido más que un vil concierto para delinquir en detrimento del pueblo oprimido que ha mantenido en la miseria aguantando hambre sentado en la comida a que solo tienen acceso unos pocos producto de la concentración extrema de la riqueza.
De ahí el verdadero desafío que tiene el presidente Petro de llevar a cabo su gobierno de real cambio apelando a un parlamento a quien no le interesa que se de para mantener sus torcidos privilegios, por lo que no le queda más alternativa que apelar al constituyente primario para que ejerza su poder soberano para que por la vía auténticamente democrática que no de arrasamiento de las Instituciones, pueda señalarse su propio destino con reformas a fondo a quienes han hecho posible la sempiterna tragedia de estar sumidos en la corrupción, la miseria y la violencia. No hay de otra.
