Diario del Huila

El cierre de la planta de la General Motors en Colombia

Abr 30, 2024

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Por: Carlos Tobar

Finalizando la semana pasada recibimos una noticia de esas que molestan el “alma nacional”. General Motors la multinacional estadounidense que durante más de seis décadas ensambló vehículos en su planta de Colmotores en Bogotá, para la venta en el mercado interno y en los mercados regionales, cierra, de manera definitiva, sus instalaciones fabriles.

No es solo el cierre de la planta de producción como tal, son los empleos de relativa calidad, que se pierden (800 mal contados), es la formación de trabajadores especializados en labores técnicas que elevan las capacidades de nuestra mano de obra, son los miles de empleos indirectos que genera toda actividad fabril, son las decenas de empresas de autopartes que complementaban la fabricación de automotores, son los impuestos nacionales y locales que dejan de percibirse.

Pero, sobre todo, es el mal sabor del fracaso de una política industrial del país que nunca ha podido ser. Porque, no nos engañemos en Colombia, desde finales del siglo pasado, no hemos tenido el propósito nacional de desarrollar la industria en todas sus variantes. Por lo menos en las que consideremos estratégicas para el progreso de la nación, donde deberíamos, como cualquier país serio que se respete, concentrar los esfuerzos económicos, educativos, de transferencia de tecnología, de investigación propia…, para ver de crear las empresas y los empleos que nos saquen del atraso.

Soy consciente de que el mundo cambió con la globalización. Primero, por su descomunal desarrollo desde finales de la década de los 80 del siglo pasado que borró fronteras y succionó los mercados nacionales integrándolos en las cadenas mundiales de suministro, creando las condiciones ideales para el libre tránsito de mercancías y capitales (sobre todo estos últimos). Los aranceles, ese instrumento que protegía los mercados internos de los países pequeños y medianos, fueron atacados furiosamente hasta desaparecerlos. Así nos convertimos en mercados extensos del gran capitalismo financiero mundial. La forma jurídica que protege ese tipo de negocios son los Tratados de Libre Comercio.

Lo segundo, y esto es importante, fue que la trampa de la globalización financiera no solo arrasó con los mercados internos de los más débiles, también afectó de manera brutal los mercados laborales de muchas de las grandes potencias capitalistas. Las fábricas del mundo se trasladaron progresivamente a Asia, donde China y los tigres y tigrillos asiáticos se convirtieron en el centro fabril del mundo.

Con la pandemia, se descubrió que la apuesta de las grandes empresas de concentrar sus actividades de producción en países de bajos impuestos y mano de obra barata, con un aparato productivo superpoderoso concentrado en China, era de gran riesgo para el mundo hegemónico de los EE.UU. y las potencias europeas. Además, los reclamos crecientes de los trabajadores de los países desarrollados que claman por la recuperación de sus puestos de trabajo, está subvirtiendo el orden político interno.

Entonces, no les quedó más remedio que proteger. Reaparecieron los aranceles y las sanciones económicas que, desde el gobierno de Trump, se convirtieron en herramientas contra la globalización.

El corolario de este apretado resumen es que un país, por pequeño que sea, que no entienda que su supervivencia pasa por la construcción de un aparato productivo moderno, independiente y soberano, está condenado al atraso y la miseria.

Neiva, 29 de abril de 2024

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