El conflicto, por más humano que digan los cánones internacionales debe ser, seguirá siendo inhumano. O acaso hay humanización de un conflicto cuando se quita la vida de un combatiente con una bala calibre 7,62 disparada por una fusil Ak 45 que al entrar al cuerpo de la víctima lo hace de forma directa, en línea recta pero una vez dentro se atraviesa y avanza cual hélice de helicóptero, arrancando los tejidos, versus la misma bala pero impregnada de excremento humano para que, en caso de no matar ipso facto, lo haga luego por la vía de la infección que gangrena el órgano herido y lo pudre poco a poco. Qué sofisma más grande el del sistema que busca disculpar y justificar las atrocidades en contra del hermano: el hombre.
Pero el tema aquí es que, tal humanización de un conflicto como el que ha vivido Colombia, tampoco ha hecho distinción de sus actores y víctimas. El rio de muertos está colmado de cada nacional, sea militar o no, del gobierno o de las guerrillas, de la vereda o del conjunto residencial estrato 10. Y en este caudal aparecen los artistas inmolados cuyo único pecado ha sido leer, pintar, esculpir o fotografiar la vida nacional, generando creaciones que embellecen ciudades, cuestionan y exploran los universos sociales. Ellos terminaron por ser objeto de secuestros y asesinatos perpetrados por las guerrillas y otras fuerzas oscuras del afligido país.
Rodrigo Arenas Betancourt de cuya mano y genialidad perviven en el tiempo los ideales de libertad esculpidos en bronce en obras como el Bolívar Desnudo en Pereira o La Gaitana en Neiva. Consuelo Araujo Noguera, exministra de Cultura y creadora del Festival de la Leyenda Vallenata fue asesinada por las Farc el 30 de septiembre de 2001. María Mercedes Carranza, hija de ese gran poeta y diplomático que fue Eduardo Carranza, gran poeta ella misma, fue una de los más importantes personajes de la cultura y la política colombiana en el siglo XX. Periodista, crítica literaria, directora de la Casa de Poesía Silva desde 1986 hasta su muerte, se quitó la vida, dicen sus críticos, acosada por la tristeza que le ocasionó el secuestro de su hermano Ramiro a manos de las Farc, sin que tuviera razón de él y lo creyera muerto, pues jamás volvió a tener noticias hasta su suicidio.
Luego de tan repudiables asesinatos y desenlaces fatales, los artistas siguen siendo notables en el conflicto, esta vez desde la forma como leen el drama de la guerra, aportando elementos de inestimable sensibilidad hacia la verdadera reconciliación nacional, con la esperanza de que tan aciagos pasajes jamás vuelvan a vivirse en nuestro país, para lo cual hacen diversas exploraciones de las huellas que dejan los victimarios, las víctimas y el dolor de sus familiares. Por ejemplo, Juan Manuel Echevarría director del documental ‘Réquiem NN’ y autor de otras muchas piezas enfocadas en el conflicto armado colombiano, cuenta cómo y por qué los habitantes de Puerto Berrío, Antioquia, llevan más de 30 años rescatando los cuerpos sin vida y sin nombre que bajan por el río Magdalena para adoptarlos, rebautizarlos y decorar sus tumbas. En otra facción del conflicto, esta vez desde la prevención del mismo, el artista plástico Pedro Ruiz destaca desde su obra Oro Vital, el diálogo entre la explotación del oro en Cajamarca versus el tubérculo de la Arracacha en el mismo lugar, ratificando en su lenguaje un mensaje claro al gobierno y las multinacionales en el sentido de preferir la vida de la agricultura sobre la devastadora minería del metal precioso que puede traer indefinibles conflictos y daños al territorio y sus moradores; estos últimos , luego de una consulta popular dijeron a la empresa Anglo Gold y a la Agencia Nacional Minera que rechazan esta exploración de muerte. Juan Manuel Echevarría, fotógrafo quien junto con el videasta Fernando Grisales, mediante su exposición Silencios, hace un viaje por Colombia llegando a los lugares más alejados tras la huella de pequeñas escuelas que el conflicto hizo abandonar, registrando las últimas cosas de sus moradores, como frases en tiza sobre un tablero que extraña la caligrafía en aprendizaje de los niños campesinos. O qué decir de su Balsa que desciende por el río llevando consigo la memoria de hombres y mujeres desplazados, como también al bosque devastado, acariciando la piel del afluente que en su húmedo lecho guarda los muertos de la violencia.
Qué sería del pueblo sin las voces, los silencios a gritos y los grafismos de los creadores del arte. Por favor, antes de pensar en lastimarlos, la humanidad debe amarlos.