Una vida comenzó llena de ilusión en la intimidad de un encuentro humano y se alojó en la calidez del vientre de una mujer. La vida se gozaba en ver cómo cada día era más grande y compleja y que nada le hacía falta y que todos los días recibía lo que necesitaba para crecer y crecer. Sin embargo, un día escuchó gritos fuera de su nido que hablaban de aborto, de interrupción del embarazo, de derecho al cuerpo y entonces entró en pánico y se agitaba en su soledad. Fueron muchas ocasiones en que su tranquilidad fue alterada por esos ruidos extraños de aire mortal. Pero, a los nueve meses logró ver la luz del mundo y pegó un grito para contar que estaba allí.
La vida comenzó a crecer, a gatear, a caminar, a correr y a encontrarse con otras vidas. Conoció la alegría. Pero también la angustia, la huida, el miedo. Es que pudo ver y saber de vidas que eran atropelladas por automóviles, otras cortadas en oscuras noches de inseguridad. También algunas vidas no encontraban suficiente alimento y otras las cogían de carne de cañón en nombre del poder o de la revolución. Y se acabaron esas vidas. En no pocas ocasiones se vio llamada por seductoras propuestas de drogas, alcohol, adicciones, deportes de alto riesgo y, aunque a todo dijo que no, sí pudo ver cómo algunas vidas eran atrapadas y poco a poco se deshacían como si fueran de barro.
Y más adelante la vida, siempre optimista, escuchó el asqueroso ruido de las armas y tuvo que bajar la cabeza para poder seguir su camino, que ya parecía bastante duro. Pero miró a su lado y contempló con horror que otras vidas no habían tenido tiempo de inclinarse y las balas las tendieron para siempre. Unos pocos pasos adelante, se encontraron de frente con las enfermedades que le hicieron lento y doloroso su caminar, pero con sabiduría y buena compañía salió airosa en varias ocasiones. La tristeza también quiso contaminarla y logró robarle pedazos de su alegría, pero resistió con fe y valentía y el sol le volvió a brillar en sus ojos. El camino es culebrero, se decía la vida, pero no lo suficiente para desanimarla del todo y siguió su itinerario en busca de la plenitud.
Algún día la vida notó que sus fuerzas se debilitaban, que su mente no brillaba como en otras épocas, que sus pasos eran cortos y lentos. Y detrás de alguna pared escuchó que planeaban suspender para siempre su caminar “para que no sufriera más”. Se acongojó, pues creía que en su debilidad otras vidas la fortalecerían y le darían calor y abrigo como cuando estaba en el vientre materno. Sin embargo, ella sola se apagó en paz, y así evitó que nadie diferente a ella y a Dios, dieran por terminado su camino, su bello camino.
Después se encontró todavía más plena y viva antes Dios. Él le preguntó cómo había sido su camino. Contestó desde lo más hondo de su ser: “Duro es el camino de la vida”.