ALFREDO VARGAS ORTIZ
Orgullosamente Docente de la Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho de la Universidad Nacional de Colombia
Quienes hemos transitado nuestra vida en medio de la guerra y la paz, los desplazamientos, amenazas, muertes de seres queridos, reclutamientos forzados, estigmatizaciones, pobreza y desempleo, así como un sin número de consecuencias de la guerra, siempre hemos tenido dos caminos: o hacer parte de quienes enarbolan las banderas de la guerra fratricida, para que los pobres que no se conocen, se maten por los intereses de los ricos que se conocen pero que no se matan, o la paz señalada por todas las doctrinas morales y religiosas, confiando siempre en la esperanza de poder conquistar un humanismo que nos lleve a resolver nuestros conflictos, sin tener que eliminarnos unos a otros, al punto de no tener un recuerdo claro de finalmente, ¿por qué no matamos?
A pesar de las terribles consecuencias que ha tenido el conflicto en mi vida, pues he sufrido muchos vejámenes, soy un optimista al 100% en crear escenarios desde lo local para lograr que, como hermanos todos, nos acerquemos de una vez a transitar de esa desmedida sed de sangre y venganza, a caminos mucho más civilizados para superar lo que países desarrollados ya han logrado con holgura.
La violencia tiene distintas aristas y lograr el camino duro, escarpado y tortuoso de la paz total, pasa por reconocer que en Colombia se viven múltiples conflictos simultáneos: El primero de ellos y con un grado de aceptación social desafortunado, es el de la violencia intrafamiliar, compaginado con la terrible violencia de género y la cultura patriarcal arraigada en nuestros hombres, que finalmente hacen que se maten. No por ello es gratuito que más del 70% de las muertes violentas de Colombia se ocasionen por hombres hacia otros hombres, pasando por los conflictos comunitarios, los estructurales, generados por la violencia y exclusión, sustentada en la acumulación de tierras y el desmedido combustible del narcotráfico, la minería ilegal, la trata de personas y la corrupción, que consolidan el actual conflicto interno armado.
Lo paradójico es que siempre se ha optado por resolver el problema por la fuerza y por ello se traslada el problema y la eventual solución a la fuerza pública, y, por ende, un significativo porcentaje de los recursos del Estado se destinan a ello. Más de 500 mil hombres armados con el ejército y la policía, muy especializada y dotada, nos hace tener el segundo ejército mejor dotado de Latinoamérica. Sin embargo, la inseguridad es el pan de cada día.
Creería que gran parte del problema es que, pese a múltiples estudios realizados por expertos como el profesor Robert Muggah, cofundador del Instituto Igarapé, han demostrado que la inversión en políticas de prevención del delito y promoción de la convivencia ciudadana puede tener un impacto significativo en la reducción de la violencia, por desgracia quienes tienen que hacer frente a estos problemas son los menos preparados para afrontarlos y sus motivaciones y desafíos no pasan siquiera por estudiar las verdaderas razones del conflicto.
Asimismo, es fundamental reconocer el papel crucial que juegan las universidades y la academia en la búsqueda de soluciones sostenibles para los conflictos sociales. Investigadores como la Dra. Cynthia Arnson, directora del Programa de América Latina en el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS), han resaltado la importancia de generar conocimiento y evidencia empírica para orientar las políticas públicas en materia de seguridad y convivencia. Es claro que, por falta de esta información, la cantidad de recursos que se pierden haciendo lo incorrecto e impertinente para resolver los conflictos es alarmante. En los últimos 4 años, por ejemplo, en la ciudad de Neiva se perdieron 16 mil millones de pesos en los recursos del fondo de seguridad, pues como puede verse, si se hubiesen invertido adecuadamente no estaríamos en semejante situación de inseguridad en nuestra ciudad.
Más que crear burocracias, en principio lo que debería es suprimirse en la ciudad, lo importante y definitivo, es tener un plan de choque que, articulado con toda la institucionalidad, se haga acupuntura social, para mejorar la situación de seguridad y convivencia. Oportunidades de empleo para resocialización de jóvenes y adultos en conflicto con la ley, inversión en educación de calidad, promoción de la cultura ciudadana, dotación de policía comunitaria y fortalecimiento de los cuadrantes, mayor inteligencia y fortalecimiento de la prevención de SPA, son entre otras acciones que deben generarse para hacer frente al propósito de conseguir la Paz Total, en lo local.
Neiva y el Departamento del Huila tienen una enorme oportunidad de ser referentes de paz y educación en Colombia y lo que se requiere es mayor liderazgo de nuestra academia, la institucionalidad y las organizaciones comunitarias y sociales. Nadie va a venir a hacer lo que nosotros estamos llamados a hacer.