Diario del Huila

El esposo y el político, carentes de detalles

Oct 23, 2023

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Por: GERARDO ALDANA GARCÍA

Mi marido es un hombre de pocos detalles, dice Mariela, lamentado que el día de su aniversario de bodas, no hubo una invitación a cenar. Tampoco llegaron flores en su cumpleaños número cuarenta. Ni qué decir la ausencia de un beso diario cuando él sale a su jornada de comerciante.  Tampoco son frecuentes los abrazos con mirada a los ojos, acompañados de palabras melifluas. En general, el esposo de Mariela, según ella, no sabe nada de detalles, de aquellos que una mujer necesita, de los que alimentan su alma afrodita y ante los que está dispuesta a entregar el paroxismo de su intimidad o incluso, la firma para vender un inmueble o adquirir un crédito de consumo. Pude preguntarle a Boris, el esposo de Mariela, sobre las carencias de detalles de las que lo acusa su mujer. Me he quedado muy impresionado de la lectura que él hace sobre el asunto. Dice que sus detalles están expresados de otra forma, por ejemplo, conoce las debilidades de la personalidad de Mariela y jamás se las hace notar; por el contrario, busca la forma de animarla sobre sus virtudes. Expresa que se siente muy bien al entregar su amor solo a ella, pese a las tentaciones que a diario lo acometen. Boris sabe leer la mirada de su mujer cuando en una conversación con otras personas se siente incómoda y entonces él resuelve con inteligencia la situación y la erige victoriosa. Dice sentirse plácido al llevarla a un cine y cenar solos los dos en cualquier momento. También recuerda que suele secuestrar a su mujer, en un fin de semana impensado, y con pretextos se la lleva a vivir una luna de miel en un hotel rural.  Agrega su indeclinable compromiso para con sus responsabilidades de padre y sostenimiento del hogar, siendo un ejemplo para mostrar.  Como si fuera poco, dice Boris, le hace el amor seis veces a la semana. 

En esta narrativa sobre los detalles entre Mariela y Boris, es posible advertir que, pese a que las manifestaciones que ella requiere lucen sencillas, resultan de alto impacto en el bienestar de la pareja; por su parte, el esposo se vincula con acciones muy concretas que pueden confundirse con la rutina de un inherente deber de marido, y que igualmente son preponderantes frente a la estabilidad y bienestar de la pareja. Lo que se puede colegir es que, uno y otro tienen razón. Y bien podríamos hacer un símil de la situación, con el ciudadano que vota en una elección popular para gobernantes locales o seccionales como la que se avecina. El votante espera que el político en campaña, le endulce los oídos con propuestas que vayan en el foco de la prioridad de la comunidad a la que pertenece. Si es un artista, quiere que le prometan apoyo para vender sus obras; y si es un desplazado de la violencia, le gusta el discurso de que, le quitarán tierras a los terratenientes para dárselas a los menos favorecidos. Si vive en un desierto como La Tatacoa, se muestra crédulo cuando le anuncian un parque generador de energía a partir de paneles solares o molinos de viento. Y si es población en territorio de conflicto, incluido el ciudadano común y corriente que la violencia lo afecta directa o indirectamente, se emociona cuando el político le dice que a los tres o cuatro meses de haberse posesionado en el máximo cargo, ya habrá firmado la paz con el más beligerante grupo insurgente.  Y todas estas palabras en campaña, son música deliciosa a los oídos del votante en potencia.  No obstante, llegado el ejercicio de lo público o lo legislativo, en el caso de congresistas, las promesas rápidamente se tornan en ilusiones o en espumas, como dice Jorge Villamil, y se alejan en danzantes y en pequeños copos, ahora sustituidas por acciones muy diferentes, lo que hace que el matrimonio Político – Elector, empiece a entrar en crisis, decepcionando al segundo, mientras que el primero muestra su cara dura de rancio político, haciendo lo que le viene en gana, sin el menor remordimiento.  Esto no debería ser; el gobernante podría agregar a sus bellas palabras de campaña, la ejecución concreta de lo que prometió; claro, es entendible que mucho de lo ofertado simplemente es imposible de realizar. Al final, habrá un matrimonio frustrado que termina en cuatro años y entonces, el pueblo está listo para un nuevo requiebro, un romance en donde el desastre de la experiencia vivida, se olvida rápido cuando un nuevo prestidigitador, ahora con regalitos de tejas de zinc o billetes de cien mil pesos, engaña al torpe e ignorante sufragante.

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